Madre mía, menos mal que la saga Fast & Furious cambió de rumbo a partir de su cuarta entrega. ¡Si hasta un par de películas (la quinta y la séptima, concretamente) han terminado por ser notables cintas de acción e incluso emotivas! Algo impensable e inalcanzable para las bazofias absolutas que son sus tres primeras entregas. Resulta difícil decidir cuál es la peor de las tres, pero si todavía las dos primeras tenían personajes conocidos que el público quiere, en esta Tokyo Race no hay nada, pero nada, que pueda interesar (salvo a los chonis que amen el tunning, gasolina, sangre y fuego, como decía Haze en aquel "mítico" tema). El guión es inexistente, se hace eterna, la trama mafiosa con los yakuza de por medio da risa y vergüenza a partes iguales, y los actores se las ven y se las desean para hacer algo medio digno.
A ver, a Bow Wow no se le puede pedir más, porque antes de esta película su logro más importante era una película en la que se convertía en estrella del baloncesto al encontrar unas deportivas de Michael Jordan. De Lucas Black sí se puede esperar más. Aún recordamos al encantador Peejoe que compuso en Locos en Alabama, el debut en la dirección de Banderas. Pero el suyo es un error de casting garrafal. Sencillamente, este estilo no le va nada, ni por su físico ni por su empaque como actor. Una pena.