Salvajes.
Así se llama. Y eso es precisamente lo que no es.
O bueno, lo es a medias. La película de Oliver Stone lo tiene todo, en principio, para ser rompedora y original. Drogas, violencia, narcos, sexo, tríos... pero la visceralidad y la pasión que desprende la narración al principio cae en saco roto en cuanto O es secuestrada. Curiosamente, la película pega un espectacular bajón en la intensidad de lo que se venía contando hasta el momento, y en ningún momento el guión parece querer ir hasta el límite. Por si fuera poco, es larga, muy larga, demasiado larga. Fácilmente le sobran veinte o veinticinco minutos de metraje, que hubiesen aligerado un segundo acto demasiado contemplativo y plagado de escenas poco útiles. Y por si fuera poco, Stone nos toma el pelo con un final que, sin dar detalles, podría haber filmado el tío Walt y que no es consecuente en absoluto con la historia contada hasta ese momento.
Personajazo el de Salma Hakes, por cierto, y oportunidad de oro para que la mejicana demuestre el carisma, la presencia y la capacidad dramática y cómica que lleva dentro y que pocas veces puede mostrar. Aaron Johnson es el otro gran acicate del reparto, soberbio y muy atractivo en su recreación de ese personaje imposible que es Ben (¿un traficante con anhelos filántropos? ¿Hay alguien que se crea eso?). Taylor Kitsch y Blake Lively cumplen con crecen, mientras John Travolta y Benicio del Toro ponen la nota de veteranía y saber estar en dos personajes que hacen con los ojos cerrados.
En definitiva, una interesante propuesta que patina por no atreverse, precisamente, a ser lo salvaje que prometía el título. Irónico, pero cierto.

Lo mejor: Salma Hayek, Aaron Johnson y el principio.
Lo peor: El final... y lo larguísima que es.