Viendo películas como ésta, se comprenden muchas cosas de la historia del cine. Es fácil ver la influencia de Leone en Tarantino, o lo mucho que han tomado los géneros de la aventura y la acción de sus postulados.
Pero sobre todo, lo que se ve a la legua en El bueno, el feo y el malo es que estamos asistiendo a una lección de cine con mayúsculas. No sé si es mejor que La muerte tenía un precio (desde luego, sí es mucho mejor que Por un puñado de dólares), pero lo que Leone hace aquí es digno de entrar en los anales de la historia... y así fue.
La genialidad del guión está en su estructura, casi perfecta. La película se toma su tiempo para empezar, metiendo una buena media hora de presentación de personajes, dejando que las imágenes y unos mínimos diálogos nos cuenten quiénes son Tuco, Rubio y Sentencia. No hay elementos superfluos, ni palabras vacías. Es todo pura y dura efectividad. Por supuesto, para que ésto funcione, hace falta ser Sergio Leone, que es un maestro de la tensión escénica y narrativa, y hace falta tener a Ennio Morricone convirtiendo en música no sólo los sentimientos de los personajes, sino la alegría, el mido y el peligro.
Las dos horas restantes que siguen a esa media hora inicial de prólogo son igualmente un modelo de cómo ha de llevarse una historia de estas características. La única pega quizás se encuentra en las escenas que envuelven al ejército norteño, algo desubicadas y sin mucho que hacer ni decir, y que además entorpecen el ritmo perfecto de la narración. Sin esas escenas, y durando veinte minutos menos, la película sería aún más perfecta de lo que ya es. Pero son tantas las escenas memorables, tantos los momentos álgidos (qué secuencia final... qué tiroteo el de Tuco y Rubio en el pueblo bombardeado...), que se le perdonan esos altibajos.
Pero si por algo merece la pena ver la película una y otra vez es para disfrutar de la lección interpretativa que dan sus tres protagonistas. Lee Van Clef, esta vez haciendo de villano, demuestra una vez más esa innata elegancia, esa masculinidad y esa capacidad de expresión que tiene (sin apenas mover un músculo, es capaz de distanciarse completamente de su íntegro hombre Oeste de La muerte tenía un precio). Clint Eastwood perfecciona hasta el extremo su personaje de Hombre Sin Nombre, beneficiándose esta vez de un guión que le permite ser más "emocional" que en las ocasiones pasadas (ver las escenas en que su personaje está a punto de morir). Y Eli Wallach, sin duda la joya de la corona, es un torrente de carisma, simpatía y expresividad, haciendo de su pícaro Tuco un personaje absolutamente memorable.
Una obra maestra, vamos.

Lo mejor: Casi todo.
Lo peor: Las escenas del ejército unionista.