Tras Syriana, de nuevo nos encontramos con George Clooney embarcado en una película de tintes sociopolíticos. Si allí era una pieza de un rico mosaico, aquí es la columna vertebral, el protagonista absoluto, tanto que la película lleva el nombre de su personaje.
En este caso, Clooney encarna a una especie de abogado encargado de solucionar problemas de la manera más rápida y práctica. En menos de una semana, se verá envuelto en un caso que le obligará a elegir entre su deber y sus principios.
El debut tras la cámara de Tony Gilroy es apabullante. Sabe captar la esencia de cada uno de los personajes y mantiene el pulso firme durante las dos horas de metraje. A ello ayudan, sin duda, las magníficas interpretaciones de Clooney, Wilkinson (nominados ambos al Oscar) y Swinton (ganó el Oscar). Sobre todo Clooney, que sabe crear un personaje que es casi una sombra, que permanece en un lugar secundario en la vida de muchas personas pero que siempre está presente; Clooney sabe conjugar el carácter sombrío, discreto y expeditivo al que le obliga el trabajo de Clayton con el de una persona en constante tensión, en constante peligro, pero que no lo exterioriza, sino que lo hace formar parte de su vida.
Michael Clayton sabe hacer de sus defectos virtudes: durante casi la primera hora es difícil saber por dónde van los tiros, todo parece confuso, pero aun así nos mantiene pegados a la silla. Ocurre lo mismo que con las películas de David Lynch (salvando las distancias). Afortunadamente al final no queda todo en agua de borrajas. Todas las piezas encajan, toda la información que se nos ha dado es coherente y útil, y la última media hora es tensa, muy potente y dura, y con Clooney y Swinton dando lo mejor de sí.
No erramos al afirmar que Michael Clayton es una de esas películas necesarias por las muchas verdades que destapa. Su discurso es firme y su solidez moral es realista, sin visos de filosofías baratas. Michael Clayton es cine del bueno.