El Faro es como ese colega gafapasta que te recuerda constantemente que si no ves la magnificencia de una obra es porque no tienes los recursos intelectuales requeridos para admirarla en su totalidad. "¿No entiendes este plano? Vaya, pues es un homenaje a tal cuadro." Y uno ha de entender entonces que la referencia gráfica rebosa de significado y sensibilidad artística a pesar de que todos tus sentidos te dicen lo contrario. Porque sencillamente no sientes nada.

Bueno, miento; he sentido frustración. El formato y la elección del blanco y negro funcionan magníficamente bien. Los planos, la localización el sonido y los actores generan un combo perfecto. El director logra que sientas la humedad, la soledad, el abandono y el aislamiento lúgubre.

Pero el resto de elementos que conforman una buena película carecen de la humildad suficiente como para ofrecer al espectador una experiencia completa, es decir: de una narración que tenga algo que ofrecer más allá de unos cuantos enigmas y galimatías sin la coherencia que una mente sencilla y vulgar como la mía gusta de disfrutar.

El resultado: un primer acto que atrapa y otros dos que no saben ni para quién vendimian.

Son cosas de listos.