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Voto de harryhausenn:
8
6,9
10.477
Drama
Pese a no ser capaz de recuperarse de un drama personal, Yusuke Kafuku, actor y director de teatro, acepta montar la obra "Tío Vania" en un festival de Hiroshima. Allí, conoce a Misaki, una joven reservada que le han asignado como chófer. A medida que pasan los trayectos, la sinceridad creciente de sus conversaciones les obliga a enfrentarse a su pasado. (FILMAFFINITY)
9 de noviembre de 2021
67 de 97 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un coche rojo recorre el laberinto de asfalto que conocemos como Tokio: autopistas que se abren paso entre los rascacielos, rodeando sus siluetas de acero con el hormigón. Todo es gris, inmóvil, inerte, excepto el auto color pasión que se desplaza de un punto a otro durante el prólogo de la película, como queriendo demostrar su vivacidad. Podría decirse que la red de carreteras parece un sistema circulatorio que se origina en el coche, salvo que aquí el corazón, perdido, recorre los rincones de la vida rutinaria de su dueño, un dia tras otro recorriendo los carriles de ida y de vuelta, las arterias y las venas, como si fuese incapaz de ubicarse, de encontrar su sitio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Adaptar un prestigioso texto y superar la muerte de un ser querido, dos de las mayores y más crueles proezas a la que puede hacer frente un artista. Si además, ambas llegan juntas, bien merece la pena tomarse su tiempo para tal batalla. Hamaguchi vuelve a dominar con brío el film-fleuve. Prueba de su maestría son las tres horas en las que su resignado protagonista compagina el proceso de creación artística, es decir, el montaje teatral de Tío Vania que prepara, por un lado y el proceso de reconstrucción emocional tras la pérdida de su esposa. Ambos caminos se cruzan, se cortan, convergen y se difurcan, como las carreteras de Tokio, ni más, ni menos. Los asuntos que quedaron pendientes, sin respuesta, y a cuyo dolor el protagonista se niega a enfrentarse, imposibilitan el vuelco emocional que el arte necesita.
Una infidelidad que la mujer no tuvo tiempo para confesar. Un conflicto que no tiene solución. Dado que no se puede volver atrás en el tiempo, el hombre guarda su anhelo en un cajón, intentando en vano olvidarlo, para centrarse en Chejov. Pero el daño no da tregua ninguna y la pena tan sólo aflora en el momento de debilidad, de intimidad, en la burbuja motorizada que surca el asfalto, ahí donde el autor y actor escucha sus propios diálogos. Ahí, cuando la pasión desborda, entre cambio de cara de cassettes, la única confidente es la joven chófer que el festival le ha asignado. Una joven que convive con un sentimiento de culpabilidad que ha endurecido su carácter, aunque a veces, cuando baja la guardia, deja entrever una inocencia casi infantil que pese a una dura niñez nunca ha podido serle arrebatada. En las confesiones de ambos, en su comprensión del uno por el otro y en la peregrinación final juntos, encontrarán al fin el alivio. Drive my car, ponte en mi lugar.
Sin embargo, para poder descansar, para poder terminar el montaje de la obra, el protagonista no puede escapar de su sufrimiento. Ha de plantarle cara y aceptarlo. Su mujer solía contarle las ideas para los guiones que escribía mientras hacían el amor, aunque a veces no le contaba el final. La última narración de la mujer se vio interrumpida por su súbita desaparición y el suspense de esas últimas horas queda en el aire hasta que el protagonista descubre el desenlace. Un plano fijo en el interior del coche con una lágrima que cuelga durante minutos convierte ese sublime momento en el que probablemente mayor intensidad emocional encierra. El artista se adentra en su obra y es en el escenario donde la proeza personal y artística se funden en una. Hay que seguir viviendo, hay que seguir creando.
Descansaremos, descansaremos. La sobrina le dice a su tío Vania en su monólogo final. La particularidad de la obra de teatro de nuestro protagonista es que cada actor recita las líneas de Chejov en su lengua natal. Así, en esta hipnótica escena, antes del epílogo de la película, una actriz interpreta el broche final de la obra en lenguaje de signos coreano, como si sus manos, una a cada lado de la cabeza del tío, fuesen dos actores más. No puede sorprendernos que Hamaguchi insista tanto en seguir la crónica de la construcción teatral cuando en Happy hour la escena más larga del film era un debate con un escritor acerca de la representación en la literatura. Drive my car sigue la organización del festival, el casting, los ensayos y la representación final y Hamaguchi consigue ese efecto curioso a partir del cual la creación cinematográfica surge de la construcción de otro arte.
Un misterioso epílogo sigue como broche perfecto cuando la chófer, con mascarilla, en el mundo actual, sale del supermercado y se sube, sola, al coche rojo. Resuenan los ecos del final de Carretera asfaltada en dos direcciones, que se saltaba un par de episodios que nunca se nos explicaban, antes que el celuloide ardiese en la pantalla. Si bien los fotogramas de Drive my car no arden, sí que la pasión de toda la obra de Hamaguchi quema.
hommecinema.blogspot.com
Podcast Los Vitelloni
Una infidelidad que la mujer no tuvo tiempo para confesar. Un conflicto que no tiene solución. Dado que no se puede volver atrás en el tiempo, el hombre guarda su anhelo en un cajón, intentando en vano olvidarlo, para centrarse en Chejov. Pero el daño no da tregua ninguna y la pena tan sólo aflora en el momento de debilidad, de intimidad, en la burbuja motorizada que surca el asfalto, ahí donde el autor y actor escucha sus propios diálogos. Ahí, cuando la pasión desborda, entre cambio de cara de cassettes, la única confidente es la joven chófer que el festival le ha asignado. Una joven que convive con un sentimiento de culpabilidad que ha endurecido su carácter, aunque a veces, cuando baja la guardia, deja entrever una inocencia casi infantil que pese a una dura niñez nunca ha podido serle arrebatada. En las confesiones de ambos, en su comprensión del uno por el otro y en la peregrinación final juntos, encontrarán al fin el alivio. Drive my car, ponte en mi lugar.
Sin embargo, para poder descansar, para poder terminar el montaje de la obra, el protagonista no puede escapar de su sufrimiento. Ha de plantarle cara y aceptarlo. Su mujer solía contarle las ideas para los guiones que escribía mientras hacían el amor, aunque a veces no le contaba el final. La última narración de la mujer se vio interrumpida por su súbita desaparición y el suspense de esas últimas horas queda en el aire hasta que el protagonista descubre el desenlace. Un plano fijo en el interior del coche con una lágrima que cuelga durante minutos convierte ese sublime momento en el que probablemente mayor intensidad emocional encierra. El artista se adentra en su obra y es en el escenario donde la proeza personal y artística se funden en una. Hay que seguir viviendo, hay que seguir creando.
Descansaremos, descansaremos. La sobrina le dice a su tío Vania en su monólogo final. La particularidad de la obra de teatro de nuestro protagonista es que cada actor recita las líneas de Chejov en su lengua natal. Así, en esta hipnótica escena, antes del epílogo de la película, una actriz interpreta el broche final de la obra en lenguaje de signos coreano, como si sus manos, una a cada lado de la cabeza del tío, fuesen dos actores más. No puede sorprendernos que Hamaguchi insista tanto en seguir la crónica de la construcción teatral cuando en Happy hour la escena más larga del film era un debate con un escritor acerca de la representación en la literatura. Drive my car sigue la organización del festival, el casting, los ensayos y la representación final y Hamaguchi consigue ese efecto curioso a partir del cual la creación cinematográfica surge de la construcción de otro arte.
Un misterioso epílogo sigue como broche perfecto cuando la chófer, con mascarilla, en el mundo actual, sale del supermercado y se sube, sola, al coche rojo. Resuenan los ecos del final de Carretera asfaltada en dos direcciones, que se saltaba un par de episodios que nunca se nos explicaban, antes que el celuloide ardiese en la pantalla. Si bien los fotogramas de Drive my car no arden, sí que la pasión de toda la obra de Hamaguchi quema.
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