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Voto de FranciscoG:
10
8,1
125.510
Ciencia ficción. Terror
De regreso a la Tierra, la nave de carga Nostromo interrumpe su viaje y despierta a sus siete tripulantes. El ordenador central, MADRE, ha detectado la misteriosa transmisión de una forma de vida desconocida, procedente de un planeta cercano aparentemente deshabitado. La nave se dirige entonces al extraño planeta para investigar el origen de la comunicación. (FILMAFFINITY)
30 de mayo de 2011
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ridley Scott es un director de quién no toleramos simples películas, como Black Rain, El reino de los cielos o Hannibal, mediocridades que ya quisieran haber rodado otros. La culpa es de su fama de orfebre, que comenzó a difundirse con Los duelistas y luego con Alien.
Le encargaron dirigir un film de terror, pero Scott no se conformó con crear un monstruo horrendo y hacerlo corretear por una arquitectura ferrogótica aislada en el espacio hostil. Además de eso presentó la situación como coherente y probable, cualidades que no distinguen justamente a sus hermanas del género. No hay nada sobrenatural ni arbitrario en la historia. Al parecer, una cultura alienígena desconocida fabricó un arma biológica: una criatura sumamente agresiva, adaptable a entornos extremos, de muy rápida reproducción. Pero durante su transporte perdieron el control e hicieron un descenso fatal en un planeta desierto. Mucho tiempo después, una corporación humana descubre el naufragio y valorando el potencial militar de las criaturas supervivientes, desvía una de sus naves industriales a recogerlas, con la excusa de investigar una señal de auxilio. La tripulación del Nostromo, ignorante de su verdadera misión, da así una chance a los rápidos reflejos de la criatura. El resto es la conocida y desigual lucha entre los desprevenidos seres humanos y una máquina biologica perfecta, nacida para matar. Y ese no es el único horror. Luego de la muerte del capitan, la más helada desolación cae sobre la segunda al mando al descubrir que todo fue convalidado por la empresa, condenándolos a ser el alimento de su nuevo proyecto.
Entre los varios aspectos notables de Alien, figura que por primera vez en el género se eligieron buenos actores, y no marionetas de carton haciendo las “caras de ciencia ficcion” habituales (consistentes en dibujar la “O” con la boca y los ojos durante 90 minutos). Excelentes el dubitativo John Hurt y la temerosa Lambert (Veronica Cartwright). Harry Dean Stanton y Yaphet Kotto, el dúo de haraganes cascarrabias siempre escudados en reglamentos gremiales, son el arquetipo de muchos empleados que conocemos; Tom Skerrit mantiene la dignidad en su rol de capitán conciliador pero firme; Sigourney Weaver está directamente fusionada con su papel y solo una terapia de varias décadas podría escindirla de la teniente Ripley; Ian Holm, que luego sería Bilbo, compone un androide exactamente dosificado: conspirador, calculador y carente de emociones, al servicio de sus amos, sin estridencias, con la obstinación serena propia de una máquina programada para tal fin.
Ridley Scott posee la distinción de haber producido dos de los cuatro grandes filmes de ciencia ficción de la era pre-digital: “Alien” y “Blade Runner”. Los otros son “2001, Odisea del espacio” y “Star Wars”. En 1979, por supuesto, todo eran maquetas o escenarios e ingeniosos trucos, no existía potencia informática accesible para dibujar las escenas.
Le encargaron dirigir un film de terror, pero Scott no se conformó con crear un monstruo horrendo y hacerlo corretear por una arquitectura ferrogótica aislada en el espacio hostil. Además de eso presentó la situación como coherente y probable, cualidades que no distinguen justamente a sus hermanas del género. No hay nada sobrenatural ni arbitrario en la historia. Al parecer, una cultura alienígena desconocida fabricó un arma biológica: una criatura sumamente agresiva, adaptable a entornos extremos, de muy rápida reproducción. Pero durante su transporte perdieron el control e hicieron un descenso fatal en un planeta desierto. Mucho tiempo después, una corporación humana descubre el naufragio y valorando el potencial militar de las criaturas supervivientes, desvía una de sus naves industriales a recogerlas, con la excusa de investigar una señal de auxilio. La tripulación del Nostromo, ignorante de su verdadera misión, da así una chance a los rápidos reflejos de la criatura. El resto es la conocida y desigual lucha entre los desprevenidos seres humanos y una máquina biologica perfecta, nacida para matar. Y ese no es el único horror. Luego de la muerte del capitan, la más helada desolación cae sobre la segunda al mando al descubrir que todo fue convalidado por la empresa, condenándolos a ser el alimento de su nuevo proyecto.
Entre los varios aspectos notables de Alien, figura que por primera vez en el género se eligieron buenos actores, y no marionetas de carton haciendo las “caras de ciencia ficcion” habituales (consistentes en dibujar la “O” con la boca y los ojos durante 90 minutos). Excelentes el dubitativo John Hurt y la temerosa Lambert (Veronica Cartwright). Harry Dean Stanton y Yaphet Kotto, el dúo de haraganes cascarrabias siempre escudados en reglamentos gremiales, son el arquetipo de muchos empleados que conocemos; Tom Skerrit mantiene la dignidad en su rol de capitán conciliador pero firme; Sigourney Weaver está directamente fusionada con su papel y solo una terapia de varias décadas podría escindirla de la teniente Ripley; Ian Holm, que luego sería Bilbo, compone un androide exactamente dosificado: conspirador, calculador y carente de emociones, al servicio de sus amos, sin estridencias, con la obstinación serena propia de una máquina programada para tal fin.
Ridley Scott posee la distinción de haber producido dos de los cuatro grandes filmes de ciencia ficción de la era pre-digital: “Alien” y “Blade Runner”. Los otros son “2001, Odisea del espacio” y “Star Wars”. En 1979, por supuesto, todo eran maquetas o escenarios e ingeniosos trucos, no existía potencia informática accesible para dibujar las escenas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Debieron devanarse los sesos, trabajar mucho, martillar, pintar, decorar, etc. La ferretería presente en los pasillos y salas de control del Nostromo es absolutamente convincente para cualquiera que se haya pasado la vida interesado en tecnología y diseño industrial. Hoy, lo único desfasado son las pantallas CRT y sus simplonas interfaces. De cualquier modo, la parafernalia técnica llena de interruptores, paneles, tubos, cables, caños, palancas, luces, sólidas butacas, complejos pasillos y compuertas, son infinitamente más interesantes para la vista que los minimalistas diseños contemporáneos de una pantalla plana con interface hablada. Las escafandras subatmósfericas son maravillosas piezas de diseño probablemente giraudiano (y no gigeriano): una fusión de traje de buzo decimonónico y armadura samurai, con reminiscencias soviéticas. El aterrizaje de la sección anterior del Nostromo es el mejor de la historia del cine de CF. En algún documental puede verse la gran maqueta de la nave soltada paulatinamente por una grúa en un vendaval de vapor mientras Scott y sus secuaces filman procurando no perderse nada, intercambiando gritos, casi como si estuvieran aterrizando ellos. Es sorprendente hallar cumplidos detalles tan nimios como el rebote hidráulico de la nave luego de posarse. Si un director puede preocuparse por minucias así, la calidad está asegurada. Todos los objetos tienen detalles y los detalles, más detalles. Un universo de cosas creadas nada más que para mostrar una sola vez.
El Alien: en 1979 la criatura adulta no había alcanzado el grado de diseño, grácil y orgánico, de la cuarta entrega, y el astuto Scott la exhibió fugazmente, camouflada por las luces cambiantes y nunca a cuerpo entero. Podemos decir que su arquitectura y detalles la completaba el espectador a su gusto y según sus miedos. Y así sudamos la gota gorda castigados por nuestra propia imaginación (incluso percibiendo amenazas donde no las había) y sinceramente no veíamos la hora de que la teniente volara la nave de una buena vez, malditos sean los complicados protocolos de autodestrucción nuclear. En aquella época disfrutamos la ventaja de no tener los sentidos anestesiados por un continuo festival de sadismo explícito y tampoco la posibilidad decepcionante de pausar cualquier frame para criticar eruditamente los errores del director durante una fracción de segundo diseñada no para ver sino apenas para intuir.
El film es en sí mismo una criatura feroz, que ha logrado humillar decenas de rivales posteriores, la unión de muchos aspectos encajados a la perfección, destinada malévolamente a replicarse en nuestras mentes, para golpear nuestros miedos, nuestra inteligencia y nuestro sentido estético a lo largo de varias generaciones, ataque que recién ahora, treinta años después, parece comenzar a amainar, en medio de un mar frenético de realizaciones altamente tecnificadas que se fabrican hoy y se olvidan mañana.
El Alien: en 1979 la criatura adulta no había alcanzado el grado de diseño, grácil y orgánico, de la cuarta entrega, y el astuto Scott la exhibió fugazmente, camouflada por las luces cambiantes y nunca a cuerpo entero. Podemos decir que su arquitectura y detalles la completaba el espectador a su gusto y según sus miedos. Y así sudamos la gota gorda castigados por nuestra propia imaginación (incluso percibiendo amenazas donde no las había) y sinceramente no veíamos la hora de que la teniente volara la nave de una buena vez, malditos sean los complicados protocolos de autodestrucción nuclear. En aquella época disfrutamos la ventaja de no tener los sentidos anestesiados por un continuo festival de sadismo explícito y tampoco la posibilidad decepcionante de pausar cualquier frame para criticar eruditamente los errores del director durante una fracción de segundo diseñada no para ver sino apenas para intuir.
El film es en sí mismo una criatura feroz, que ha logrado humillar decenas de rivales posteriores, la unión de muchos aspectos encajados a la perfección, destinada malévolamente a replicarse en nuestras mentes, para golpear nuestros miedos, nuestra inteligencia y nuestro sentido estético a lo largo de varias generaciones, ataque que recién ahora, treinta años después, parece comenzar a amainar, en medio de un mar frenético de realizaciones altamente tecnificadas que se fabrican hoy y se olvidan mañana.