La historia casi autobiográfica de un competidor de lucha libre que ha visto sus mejores años pasar a mejor suerte y que ahora malvive como puede no pasaría de un telefilme cualquiera de no ser por la entregadísima e impecable interpretación de Rourke. El actor se deja la piel en cada escena, componiendo un retrato apabullante del que es su yo actual. Un actor que triunfaba en la década de los 80 pero que desapareció sin dejar rastro, metiéndose a boxeador en combates en los que llevó su cuerpo al límite, llegando a tener que someterse a varias operaciones para arreglarse su desfigurado rostro. Un actor que tras desfilar por producciones de discutible calidad volvió al punto de mira de los focos con su Marv en la aclamada "Sin City", y que aquí ha protagonizado, como los medios no se han cansado de proclamar, todo un renacimiento. Un ave fénix que se consumió pero que ha emergido de sus cenizas.

Marisa Tomei y Evan Rachel Wood desfilan por la pantalla cumpliendo con corrección, pero ninguna puede hacer sombra al talento que despliega el protagonista. Cuando no está combatiendo en el ring, recita acertadísimos diálogos que ponen de manifiesto en lo que el una vez glorioso Randy "The Ram" (su personaje) se ha convertido. Un viejo y podrido trozo de carne. Darren Aronofsky lo quiso a él para el papel, y no se equivocó. La cinta está además acompañada de una portentosa canción compuesta por Bruce Springsteen, injustamente olvidada en los pasados Oscar, y que resume en pocas líneas como es sentir el paso impacable del tiempo sobre uno mismo, el descenso a los infiernos y la posterior ascensión, de nuevo, y de donde nunca debió salir, del único, del grande, del irrepetible, Mickey Rourke