De una película se puede decir algo peor que afirmar que es mala: verla simplemente tonta. O sea, sin sentido, sin contenido. Del realizador de una película mala puede pensarse que es un mal realizador; del realizador de una película tonta, no se puede decir en absoluto que es tonto porque puede ser lo contrario, muy listo.
Kill Bill aburre. Aunque no a todos. El argumento es muy simple: a una chica casi la matan en su boda, pero no se nos dice por qué, y ella decide vengarse. La cosa va por entregas, porque los que casi la matan son cinco y en Kill Bill 1, sólo mata a dos. Bueno, a dos y unas decenas de coleguitas, que como son muchos, no parecen tener muchas luces y van de negro recuerdan la marabunta famosa.
Como cosa, la tal cosa no va más allá de las películas de Eddie Constatine. Pero Tarantino echa encima su sentido comercial y, con ello, su buen manejo de la cámara, su habilidad en el montaje, su mal gusto, su utilización del colorín, su afán de asustar, su pobreza en la creación de ambientes, su equivocado sentido de la creatividad, su abuso de una banda sonora mediocre.
Para quienes entiendan que quien critica KiIl Bill lo hace asustado por tanta salsa de tomate, hay que dejar constancia de que ya se sabe que es salsa de tomate, pero que tanta salsa de tomate aburre infinitamente.