Es imposible ofrecer un juicio unitario de una película que es un montón, aparentemente ordenado, de cortos brevísimos. Sería como tratar de juzgar un museo de pintura globalmente.
Sorprende que se considere a Paris como algo así como la sede del amor. Una imagen que puede coincidir con la que se crearon los norteamericanos en épocas ya pasadas o los países europeos del este en épocas aun más pasadas. Y sorprende esa consideración tanto por ser infundada, como porque tampoco las historias narradas a trompicones reflejan precisamente el amor que parece pretender la película. La realidad es que la película rezuma en muchos momentos desamor, soledad, incomprensión, dolor.
Y es cierto que el amor es fuente de felicidad y de infelicidad. Pero el relacionarlo con París hace que la película ofrezca el aire de un anuncio publicitario, lo que va en contra de la propia película. La realidad es que Paris es una ciudad que abruma con sus construcciones que hacen que sea una ciudad a contemplar y que es difícil escoger para vivir.
Hay cortos muy buenos, que hacen añorar la ampliación de su metraje, y cortos infames que perjudican realmente el conjunto que es la película. Qué valoración hay que dar, ¿la de los buenos o las de los malos? Digamos que algunos merecerían, a mi pobre juicio, un 8; y las malas, un 2. O sea, como media un 5. Pues eso, un 5. Lo siento por los buenos que merecerían más, pero lo lamento por los malos que debieran recibir un suspenso.
Como conjunto lo merece porque es un ensayo curioso, quizá incluso por la propia brevedad de los cortos. Demasiada propaganda en todo caso. Demasiada grandeur de fondo.