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Voto de Chris Jiménez:
6
Terror La estudiante de filosofía Kathleen Conklin (Lily Taylor) es mordida por una mujer vampiro (Annabella Sciorra), lo que provoca cambios decisivos en su persona, convirtiéndose en una yonkie ávida de sangre para calmar la insaciable sed que la atenaza. Incapaz de rebelarse ante su nueva condición vital que la domina por completo, la desconcertada joven buscará comprender el auténtico alcance del fenómeno, al mismo tiempo que intervendrá ... [+]
6 de mayo de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es preciso recordar la disertación de Kathleen, en la penumbra de su dormitorio. Ya no es "Pienso, luego existo", ahora es "Peco, luego existo".
¿Desde cuándo esa idea sustituyó al precepto universal?, ¿y cuál fue primero?

Pensamiento, intencionalidad, vivencia, construcción. De la voluntad de destrucción a partir de una adicción; ¿cuál sería la necesidad básica de esa totalidad de la dirección de nuestras decisiones cuando el origen de la necesidad se halla perdido en una conciencia desgarrada por el ansia de autodestrucción? Kathleen ya no puede abandonar su deshumanización, está consumida, entre las sombras de una enfermedad, la adicción, que mecaniza sobre el desastre y conduce la vivencia a defender un valor moral erróneo. El fin consciente de la Humanidad. Ese es el propósito por el que luchamos.
Abel Ferrara lanza su perorata, directo y petulante, desde los confines de ese cine independiente en el que se ha vuelto a sumergir tras una no tan enriquecedora experiencia "mainstream" para Hollywood; se vuelve a rodear de un equipo pequeño, fija tres semanas de filmación en las calles de New York y afronta un subgénero muy explotado desde un original punto de vista gracias al guión, complejo, analítico y repleto de referencias elevadas, de su inseparable Nicholas St. John, que emplea como una herramienta de expiación propia, pues él también ha sido consumido por la adicción, a la heroína, condenada de manera explícita.

El reflejo de la misma se liga a dicho subgénero: las fábulas de vampiros, un cine perdido, según el director, en las corrientes comerciales, tirando para desvíos cómicos o alimentados por la reciente romántica epopeya de Coppola. Y como el terror no es su medio preferido tiene la audacia de deconstruirlo y armarlo conforme a interesantes ideas; es por tanto muy conveniente que su protagonista sea estudiante de filosofía, a quien acompañamos en una horrible proyección sobre la masacre de My Lai y el hombre, William Calley, condenado por ello.
Reflexiona St. John en boca de la chica: un suceso de este calibre no puede ser atribuido a una sola persona, la guerra crece y evoluciona a partir de otra. Un suceso trágico que se repite en la Historia. ¿La causa? En la disertación aparece Annabella Sciorra (Casanova) y la historia cambia de dirección de forma abrupta; Ferrara utiliza el granulado en un blanco y negro de expresión gótica, que modela magistralmente Ken Kelsch, y nos golpea con una de las secuencias más asfixiantes de la Historia, o al menos del cine de terror. Se produce una transmisión vampírica a ras de acera; Kathleen es elegida de la nada, víctima arbitraria de la violencia, incapaz de rechazar a su atacante, que le hinca los dientes en el cuello.

Es como si, sin dejar de sostener el plano lateral, el director nos hubiera arrastrado a una realidad paralela de monstruos en la sombra, que emanan desde los rincones del mundo que consideramos real y nuestro. ¿Y esta violencia de dónde viene? Este es el aspecto más relevante de "The Addiction": lo inexplicable, que evita revelar el origen de la tragedia. La conversión en Kathleen comienza, ¿pero quién convirtió a la mujer que la convirtió, quién le transmitió el "virus"? A colación de los desastres de la Historia bien representados en las crudas imágenes del Holocausto no hay un culpable único, la violencia es parte de la Historia porque es parte del ser humano.
Porque la llevamos dentro, pero la filosofía, que divaga en innumerables pensamientos, no ayuda a conocer el origen de la deshumanización. Lili Taylor logra una imagen icónica tras sus gafas de sol, pelo revuelto y físico demacrado, buscando víctimas para saciar su sed, en las calles de esa Manhattan que Ferrara radiografía con su particular nervio, un agujero humeante y oscuro de seres que deambulan entre tinieblas sin saber qué son, mientras conecta la adicción a la heroína con el ansia vampírica (la jeringuilla que va transmitiendo la sangre de un cuerpo a otro). Al igual que todos sus personajes, Kathleen no es más que eso, otra adicta (también lo era Frank White al poder o el teniente corrupto a las drogas).

Si el guión se muestra caótico y mediocre presentando personajes sin cesar que, o bien aparecen para morirse o para decir cuatro frases y largarse, la película se eleva a las alturas con la introducción de Christopher Walken en un papel pequeño pero inmenso para con la propia historia (si bien tenía en un principio el que acabó interpretando Sciorra). Otro momento de pura ruptura; tras las cacerías nocturnas y los ataques, Kathleen encuentra a otro "adicto", pero uno consciente de lo que es, el lado racional y con la intención de revertir el proceso para aspirar a la humanización.
Cual maestro enseña a la chica en su búsqueda antes de que el ansia confunda sus intenciones. Vence, no obstante, el lado de la violencia de la voluntad y la asunción del Mal que representa Casanova. Es porque, como nos ha ido bombardeando a través de las numerosas referencias y citas filosóficas, St. John insiste una vez más en la maldad sin origen, maldad inherente al ser y la intención que hay que despertar con la vivencia. El director, por su parte, desata la locura durante un clímax de orgía sangrienta y visceral, y por fin nos brinda la oda apocalíptica que tanto pedía a gritos la protagonista y el propio film.

Remitiendo a Romero y Tourneur hace del vampirismo una enfermedad incurable mientras llena la pantalla de imágenes poderosas y extrañas, de sensaciones cruentas, sonidos penetrantes y olores fuertes, una experiencia de registros de gran potencia psicológica y visual rematada con el clásico anhelo de redención cristiana típico de su cine y de los guiones de St. John. Pero no sabemos si se consigue...
Kathleen mira su "tumba"; aniquilado su ser ya puede aspirar a la autorrevelación. El director deja algunos de sus demonios más profundos en este cuento callejero enfermizo, inclasificable en el género, en la década, incluso en su filmografía...
Chris Jiménez
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