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Voto de Chris Jiménez:
7
Cine negro. Thriller. Intriga Un hombre dedicado al negocio de las carreras descubre que su socio ha vendido una parte de su empresa a un gánster. Acude al club nocturno de este socio no deseado para ponerle las cosas claras, y allí es presionado por un matón, antes de verse mezclado en un caso de atropello y fuga protagonizado por una adinerada fémina que conduce algo bebida. Los mafiosos no dudarán en montar una trampa para que el protagonista sea sospecho de ... [+]
20 de septiembre de 2017
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Nuestro amigo David, como otros tantos de su condición, está a merced de un destino muy convulso, de una sociedad gobernada por crueles gángsters y se dejan engañar de la forma más burda por féminas peligrosas e hipócritas.
Resulta increíble...¿no podrían estos tipos que acaban enredados en tales líos ir al cine a ver un "noir" para aprender algo?

Desde el seno de la Universal, que de tan buena manera se sumergió en el cine negro en los '50 (su cumbre: "Sed de Mal"), surge una pequeña joya casi desconocida, si bien estuvo respaldada con más medios de los que suelen ser habituales en este tipo de producciones. Se suponía que iba a ser para Barbara Stanwyck pero Howard Christie se quedó con Merle Oberon liderando el reparto, estrella rutilante en el Hollywood de décadas anteriores quien aquí, ya en su etapa de ocaso y relegada a la serie "B", logra retener las características de seducción de la cámara y la firme presencia que hicieron de ella una de las actrices más populares de la gran pantalla.
Abner Biberman, actor de largo recorrido y casi recién iniciado en la dirección, había demostrado sus dotes de artesano para el estudio manejándose en historias criminales y policíacas; vuelve a dejarlo claro esta ocasión, donde nos introduce en la peligrosa situación actual del nombrado David, ese ciudadano de clase media-baja que fracasa al intentar llevar una vida digna por culpa de las influencias, los contactos y la mafia, esperando en cada esquina para arruinar la vida de un hombre. La encarna a la perfección Warren Stevens como el repulsivo y elegante Frank Edare, responsable de que aquél haya perdido su canódromo.

Durante la primera mitad de metraje, que Biberman resuelve con ritmo y velocidad y, al estilo novela negra, apoyado en un molesto narrador omnisciente (Carroll, policía y amigo del protagonista), se establecen los accidentes, los personajes que se irán cruzando en ellos y las horribles coincidencias; David podría ser el típico inocente perseguido a sangre fría pero también es acusado, y el guionista Robert Tallman juega a la densa intriga al hacer de él no sospechoso de un crimen, sino de dos. Como es de esperar pasa a formar parte del enredo una mujer, la culpable del segundo crimen: un atropello con fuga.
Oberon opera bien en su rol de mujer fatal que intenta librarse de la culpa y, al igual que hacen la mayoría de personajes de la película, recurrir a las mentiras y las apariencias descargando su culpa sobre un chivo expiatorio cualquiera; y Biberman capta al vuelo esa atmósfera de pesada hipocresía e injusticia, de insatisfacción y puro cinismo. Un sentimiento que se incrementa al enamorarse Jessica de David, pues el atropello cometido por la mujer resulta ser un arma de doble filo, una coartada en la cual él puede escudarse y a la vez conseguir que ella acabe con sus huesos en prisión.

Con Edare de por medio obrando el chantaje, el guión se aventura por los caminos de una lucha de doble moral, amor fatal y traición en beneficio propio, haciendo de las apariencias y las farsas las maestras de ceremonias de un argumento que, en esta ocasión, se desarrolla totalmente a espaldas del protagonista, con la cara de pánfilo de un Lex Barker que ha dejado atrás su pasado de Tarzán y que la mayor parte del tiempo no tiene ni idea de lo que está sucediendo a su alrededor. El espectador, de hecho, llega a observar todos los giros de la historia desde el punto de vista de Jessica, quien empieza a plegarse ante la opresión, la culpa y la vergüenza.
El director podría haber despachado su obra por medio de los estrictos procederes policíacos, pero poco a poco ha dejado que sea el melodrama y las decisiones de Jessica lo que tome importancia (pues la vida del hombre que ama está en sus manos), conduciéndolo todo a un clímax de escenario bastante conocido en el género como es ese tren en el cual las vidas de todos los implicados se enfrentan a su destino inevitable; destaca sobre estos seres tan inmersos en las sombras del submundo del hampa y los negocios sucios la mujer de McNab, el taxista que sirvió a David la noche de los crímenes.

Es un frío personaje fuera del círculo, al cual da vida una Mary Field brillante que basa toda la fuerza de su actuación en la sutileza, y aclara al espectador el cinismo y la codicia de los que se alimenta el clima de la película, el que determina a qué grado de podredumbre se degenera la sociedad que estamos observando. Magnificada por la gran fotografía de Irving Glassberg, cuyo blanco y negro se perfila en unos perfectos tonos de amargura y dramatismo, y el estilo de Biberman, áspero para la violencia, melodramático para el romance, "El Precio del Miedo" nos lleva sin respiro a un colofón que también confunde con su posible doble resolución.
Pero el cineasta se decanta por la menos típica (al contrario que otros harían e hicieron), y logra su objetivo de ponernos el corazón en un puño con una vuelta de tuerca que ni las del mismísimo Hitchcock. Solo por ese afán que demuestra durante todo el film de querer tergiversar, aunque sólo sea un poquito, las reglas del "noir", ya merece mucho la pena este pequeño clásico de los '50.
Chris Jiménez
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