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Voto de Chris Jiménez:
9
Drama Un soldado y unos niños huérfanos recorren Japón durante la posguerra. Los avatares del camino les significarán tanto una aventura de supervivencia como una lección hacia la madurez. (FILMAFFINITY)
10 de octubre de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La consecuencias de la guerra son devastadoras.
Ciudades hundidas en el polvo, hombres que no regresan a sus hogares...

Y los que vuelven se encuentran sin futuro, mujeres sin familia, supervivientes destinados a trabajar de lo que la tierra da, y otros a aprovecharse de la miseria para prosperar en el mercado negro...sí, un mundo desolador, pero, ¿cómo lo afronta un niño? Uno de los mayores logros del gran director Hiroshi Shimizu fue "Los Niños de la Colmena", donde aquí vuelve a ofrecer un análisis directo y crudo de la sociedad expresado a través de uno de sus recursos más usados.
Y esos son los niños y la infancia, tal como hiciera en sus otros memorables trabajos "Nobuko" o "Niños en el Viento". Si por algo destaca Shimizu es por esa manera tan natural y sencilla que tiene de mostrar el mundo en sus películas, de claras tendencias neorrealistas como pudiera practicar el mismo Rossellini, pero lleno de metáforas y símbolos genuinamente japoneses, en la más pura línea de Yasujiro Ozu.

Aquí nos presenta lo que es el Japón de la posguerra mundial, un país hecho trizas por los efectos de la batalla, donde las personas malviven como pueden e intentan seguir adelante, a pesar de haberlo perdido todo, y el grupo de chiquillos huérfanos protagonista es el reflejo de la precaria situación que atraviesa la nación, los cuales, junto a un ex-soldado que toman por hermano mayor, deciden plantar cara a la adversidad como hombres y continuar, trabajando para poder comer y siempre con fuerzas.
El film, avanzando bajo una banda sonora compuesta en su mayoría de canciones tradicionales infantiles, se revela tan optimista como descorazonador, con algunos momentos de humor y otros tremendamente trágicos, todo sea por representar lo más fielmente posible la realidad que viven los personajes. A veces resulta tan real que parece que estemos viendo un documental rodado por Shimizu sobre las gentes de esa época y lugar en concreto y sobre sus deseos, pesares, recuerdos y anhelos.

El director vaga por parajes desérticos, bosques, lagos, mares y selvas naturales y se centra por completo en la pandilla de críos, donde cada uno de ellos ofrece una gran interpretación, y en los problemas que van sucediéndose en la historia siempre desde el punto de vista de éstos, dejando en un segundo plano al soldado y a la chica, que encarnan, también de forma maravillosa, Shunsaku Shimamura y Natuski Masako, respectivamente, los cuales sirven de guía e inspiración a los niños.
Hay significativos y desoladores momentos magistralmente concebidos por el director e interpretados por sus actores, como aquel en el que vemos a Yoshibo mirar al mar llamando a su difunta madre, la despedida de éste con la chica en las escaleras del cementerio y por supuesto cuando es llevado a la espalda del otro chaval por toda la montaña y concluye en ese fatídico final que supone el más importante giro de la historia.

El personaje de Yoshibo es el que, realmente, lidia en el film, ya que es el que más cambios provoca en los demás niños. Un sobrecogedor testimonio de la situación vivida por la sociedad del país nipón tras la 2.ª Guerra Mundial narrado con eficiencia y manifestando Shimizu que lo suyo es el realismo puro y duro. Pocos directores lo representaron tan bien como él.
A recordar aquella frase dicha por uno de los muchachos que te deja sin palabras: "Yoshibo, tú gritabas "mamá" cada vez que mirabas el mar. Nosotros gritaremos tu nombre cada vez que veamos una montaña".

Demoledor.
Chris Jiménez
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