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Voto de Chris Jiménez:
9
Terror Luego de un accidente en la ruta en el cual atropellan a una persona, Shiro y Tamura, dos estudiantes que terminan huyendo del lugar, conocerán el Infierno sin intermediarios. Shiro, el más inocente, quiere confesar el accidente, pero su malicioso amigo Tamuro lo impide. En una noche irreal los amigos son devorados por el abismo, y la segunda mitad de este verdadero clásico del cine de horror detalla el descenso al infierno budista. (FILMAFFINITY) [+]
14 de mayo de 2023
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A las orillas del río Sanzu, que sirve de límite entre el reino de los vivos y de los muertos, se escuchan los ecos de voces que se desgarran más allá de las montañas empapadas con las vísceras de los castigados por el Buda de los Ocho Infiernos del Fuego y el Hielo.

De este infierno no se puede escapar. Comienzan los '60 y se suceden los primeros guiños en un género, el horror, que se dispone a dar el gran paso de su vida, pero lo visto en películas occidentales no es sino la antesala de lo que está a punto de emprender el genio de inagotable talento Nobuo Nakagawa. Cuando Mitsugu Okura le da carta blanca para probar sus habilidades en el terror, que era lo que más público atraía a los cines en verano, decide levantar un proyecto muy ambicioso, si bien sujeto al canon de Shintoho: la corta duración de metraje y la escasez de presupuesto.
Pero aquél, como también es su costumbre, extraerá oro de las piedras empleando sólo su imaginación y pasión. Desde la apertura donde una voz cavernosa avisa de los pecados del ser humano, su debilidad, la corrupción de la moral y la podredumbre a la que se exponen los bellos cuerpos tras haber sucumbido el alma a ella, se aprecia la fascinante visión que aquél tiene en mente, pues "Jigoku" nos aventura a zonas nunca visitadas. Su audacia va más allá ofreciendo desnudos femeninos, filmados desde bellos ángulos, para subrayar las tentaciones de la carne, antes de que Nikkatsu siquiera considerara tocar el tema del erotismo.

Y al estilo de la narración clásica nos introducimos en la historia de Shiro, con quien el cineasta e Ichiro Miyagawa analizan el tremendo poder de destrucción de los inocentes cuando fuerzas malignas circulan a su alrededor, en este caso el misterioso Tamura (Yoichi Numata inquietante en el papel de su vida, y disfrutándolo), su compañero de estudios, aunque más bien podríamos considerarle una figuración del castigo encarnada, que cual demonio travieso aparece ante los demás señalando sus pecados y preparándolos para un suceso terrible. Elementos sobrenaturales y una técnica formal muy estilizada que no obstante se intercalan en un argumento melodramático de manual.
Tras haber conseguido un éxito con su versión de "Yotsuya Kaidan", el director rompe con la norma de filmar dramas feudales donde la temática fantástica está más integrada, por tanto prefiere situarse en la actualidad con los avatares que trastocan el cálido romance entre Shiro y Yukiko, hija de su maestro, cuando él y Tamura atropellan por accidente a un yakuza y se dan a la fuga, desatando la ira de la madre y la novia de éste. La historia de una pura y dura venganza; estos son dispositivos que funcionan en un entorno moldeado por la recalcitrante indignidad de sus protagonistas, por una maldad que pulula sobre ellos y les guía hacia decisiones terribles.

Desarrollada su estructura, igual que en "Yotsuya", en dos partes donde todo lo acontecido en la primera debe justificar el acto de castigo en la segunda, "Jigoku", con sus traiciones y perfidias, no se desvía de las fábulas de moral baja, intrigas pasionales y violencia psicológica que hacían coetáneos como Masumura, Kurahara o Imamura. En el colmo de la ignominia, Shiro, tras perder a Yukiko, viajará a la comunidad de ancianos Tenjo-en, donde su madre muere lentamente mientras su padre disfruta la carne sucia de su lujuriosa amante. La viva imagen del Infierno en todo su realismo crudo de no ser por una llama de esperanza encarnada en Sachiko, vivo retrato de Yukiko.
A este punto, y con los moradores festejando sus pecados en un cuadro viviente grotesco, los espíritus han tenido bastante. Las 21:00 como hora final. La especie humana, a la que ya hemos visto descendiendo a los abismos más horripilantes de su condición, es condenada al tormento eterno...y esto deriva en un tour-de-force inmenso donde nos aguarda una experiencia que araña el inconsciente y abruma por su libertad visual y audacia más allá de toda censura. El cineasta, sin muchos medios y en una compañía que se encamina a la quiebra, no precisa de explicaciones, pasos lógicos ni preguntas científicas que contestar, recrea lo que debe ser el Infierno según los trazos grotescos del folklore asiático y la tradición budista.

Shiro, inocente que ha esparcido el desastre, es llevado por Tamura a las tripas de un espacio de quiebra con la realidad: el rojo de la sangre, el amarillo de los órganos, el verde de los cadáveres, llena la pantalla. Nakagawa y su equipo (a destacar la labor del genio director de arte Haruyasu Kurosawa) dan vida a la poesía de Dante y los cuadros de Hieronymus Bosch o Giotto di Bondone, elevando el surrealismo a niveles inimaginables, recubierto de una rara e intensa violencia, impensable, irrealizable para la época, durante un clímax apoteósico de gran potencia onírica: serpientes que se arrastran sobre cuerpos mutilados, espectros del noh que se retuercen en lagos de sangre para acabar vagando por páramos inhóspitos donde lanzas, manos y cabezas que emergen del suelo y son aplastadas por ogros furiosos, espinas dorsales quemadas.
Mientras, la rueda del destino gira y una niña no nata anuncia la primavera en la cuerda floja de su salvación...y Shiro debe salvarla para redimir su alma. Un periplo de atmósferas alucinógenas y rugosidades viscosas que supera cualquier cosa propuesta en el celuloide; desde luego la violencia de la que hacían gala Hitchcock, Bava o Fisher en la época se queda en un cuento de hadas en comparación; ni H.G. Lewis se aproximaría, sobre todo porque sus imágenes no poseerán tal fascinante belleza, a la osadía de Nakagawa, ni siquiera el venerado Friedkin.

Por desgracia el público no entiende el film, Shintoho acaba arruinada y la culpa recae en la que sin embargo es la obra magna de un hombre que, al estilo de su mentor Kinugasa, se propuso atravesar dimensiones inexploradas para llevar el género a otro nivel.
Pese al fracaso inmediato sus ecos y su influencia siguen resonando con la misma fuerza.
Chris Jiménez
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