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Voto de Chris Jiménez:
8
Drama Drama basado en la historia real de Tom Murtom, el director de prisiones que conmocionó el mundo político de Arkansas al destapar los escandalosos abusos y asesinatos que tuvieron lugar en la prisión estatal. Año 1969. Antes de presentarse como el nuevo alcaide, Brubaker (Redford) se hace pasar por un preso recién llegado, gracias a lo cual descubre que la situación en la cárcel es de corrupción endémica. Sus esfuerzos por reformar y ... [+]
11 de enero de 2018
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Cuando eres lanzado a un agujero de paredes frías, suelo embarrado, ratas correteando por las esquinas, comida podrida, y siendo torturado por guardias y violado por compañeros, perderás la noción de ser humano en unos días.
Y si tienes la suerte de salir esa carga de responsabilidad no pesará sobre ti, así que tampoco verás a los demás como humanos...

Y volverás a atacar, a robar y a matar, y el ciclo de violencia y odio seguirá. Así pensaba el sr. Thomas Murton, el grano más difícil de extirpar para la junta correccional de Arkansas en el lejano 1.968, la soga del gobernador Winthrop Rockefeller, el mismo que le contrató para cumplir con la primera de sus reformas: el sistema penitenciario; pero nadie supo dónde se metió al ofrecer a este maestro en criminología, demasiado progresista y seguidor de sus propias reglas, un puesto como alcaide de Tucker y Cummins, las únicas cárceles del Estado y de las más terribles del Sur...
Inspirada en la novela que publicaría poco después de ser despedido, donde trataba las deplorables condiciones de ambos bloques, la corrupción interior y exterior, la política de mirar hacia otro lado de la junta y el tremendo escándalo mediático sobre cuerpos de reclusos asesinados y enterrados cerca de Cummins, Stuart Rosenberg entró de rebote en una costosa producción en Ohio volviendo a un terreno más familiar tras la rarísima pero exitosa experiencia que fue "Terror en Amityville" (si bien este era su segundo drama carcelario en doce años), contando con Murton de asesor y Robert Redford interpretándole bajo el nombre de Henry Brubaker.

Nada menos. Redford, más guapo que su álter-ego heterónimo, entiende que se puede apelar a la realidad aun disfrazándola, y es que el bueno de Murton nunca se hizo pasar por preso, pero esta es la mejor forma de que el espectador, gracias a este particular punto de vista y a la rigurosa puesta en escena del cineasta, entre en el mundo sudoroso, mugriento, despiadado y racista de la prisión, aquí Wakefield. Se esfuerza en que sus imágenes resulten lo suficientemente ásperas e implacables para despertar nuestra compasión y la del protagonista, quien observa atento y silente los hechos, hacia los presos.
Pero el guión, tocado por muchas manos, también comete un error que se mantendrá durante todo el metraje: desdibujar a esos mismos personajes, incluso a dicho "héroe", quien se quita la máscara a la media hora y no resulta tan espectacular como debiera (¿tiene que creer el preso-guardián al que (por cierto, magistral) da vida Yaphet Kotto que ese tipo apuesto es el nuevo alcaide, que se había infiltrado de incógnito?...¿y si no le cree?, ¿se acaba la película?). El caso es que a partir de aquí la farsa toma forma de acción progresista y Brubaker lucha a brazo partido, pero siempre diplomático, para recuperar un sentimiento ya extinto entre esos muros: humanidad.

A su alrededor se erige un sistema penitenciario igual que el que asfixiaba a Murton y le cortaba las salidas una década antes, un sistema formado por señores preocupados de los beneficios que la cárcel da a la economía del Estado, las elecciones políticas del nuevo senador Hite (trasunto poco disimulado de Rockefeller) y la tradicional creencia de que los presos son eso: presos, sin otras condiciones; dicen apostar por las reformas pero sus palabras se las lleva el viento porque no hay acciones que lo prueben. Mientras, reina la corrupción, el robo y reventa de alimentos, el uso de otros en mal estado; este alcaide no tiene ni para empezar, y Redford lo ejemplifica en su cansado y duro rostro.
Pero un hombre del que no sabemos más que lo que vemos, un personaje en cuya intimidad no se profundiza; cuando aparece sólo se ocupa de los problemas laborales, y el Murton real tuvo un pasado interesante que debiera haber sido aprovechado. De hecho él ya venía de ser despedido por sus medidas demasiado progresistas sobre el sistema de prisiones en Alaska...pero Brubaker es una sombra que simplemente sale de la nada, así que el papel de Jane Alexander en calidad de posible apoyo emocional es de lo más inútil que existe aquí; tal vez es de esas pocas veces en que una subtrama romántica no hubiese resultado tan innecesaria.

Sin embargo lo peor sea que jamás conozcamos (salvo un par de excepciones) ni a guardias ni a presos, que no existan treinta minutos más de metraje donde se profundice en la vida de algunos de ellos; eso significa que hemos de dar por hecho que o todos son inocentes o todos son culpables, y como lo primero no va a ser, mi reflexión se centra en: ¿quién ha debido morir o ser dañado para que hayan acabado allí? Mi mente, y mis disculpas a Rosenberg por no haber caído en su tela de manipulación (no) tan sutilmente urdida, está con las posibles víctimas de estos tipos que piden mejores condiciones para vivir...porque tal vez ellas ya no vivan.
Una cosa tampoco quita la otra, esas maniobras de corrupción que cual mafia llevan a cabo todos los desgraciados alrededor de Wakefield, que roban, trafican y mienten haciéndose pasar por amigos del progresismo o creyéndose que son mejores que los hombres que están entre rejas. En eso el director sí pinta un buen retrato de la hipocresía norteamericana. La mejor parte, como era de esperar, es la referente a las excavaciones y el hallazgo de cadáveres de presos que fueron asesinados, ya que se desata una tensa intriga dejando que la incertidumbre planee sobre la cabeza del alcaide...

Rosenberg, con la maestra artesanía de muchos años, maneja la tensión y el drama de principio a fin, y es difícil no ser parte de su historia, incluso si hay que poner más empeño del lógico para creerte a unos personajes con tan poca introspección.
Si hay una escena que queda para la Historia del cine es ver a Brubaker entrando en el comedor y comer con los reclusos como uno más, algo que hacía Murton en la realidad. Por desgracia Tucker y Cummins siguieron en funcionamiento mucho más tiempo de lo que se afirma en la película.
Chris Jiménez
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