Fue su última aparición delante de las cámaras, pero sigue siendo magistral detrás de ellas. Una lección de cine denuncia que resiste el paso del tiempo, y que demuestra que seguir teniendo viejos clichés no sirve de nada, salvo la de vivir con ellos... para siempre.

Eastwood hace aquí uno de los mejores papeles que le he podido ver: un viejo veterano de guerra que recibe dos palos, el de jubilarse, y la insistencia de sus hijos de que se vaya a una residencia a pasar el resto de su vida, cosa que como es de esperar, no le hace ni pizca de gracia.

Sin embargo, la vida cambia cuando una familia oriental se muda a la casa vecina, y debe convivir con ellos, lo cual le resulta algo problemático (es racista hasta la médula...) hasta que ocurre algo, algo que le hace cambiar su vida... para siempre.

Buenas escenas, momentos y frases para el recuerdo, y un protagonista que al final se convierte en simbolo de algo que muchos buscan y quieren tener, pero para ello, hay que merecer tenerlo.

Una de las grandes de Eastwood.