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España España · Las Palmas de Gran Canaria
Voto de Arsenevich:
10
Musical. Romance. Comedia Versión cinematográfica del mito de Pigmalión, inspirada en la obra teatral homónima del escritor irlandés G.B. Shaw (1856-1950). En una lluviosa noche de 1912, el excéntrico y snob lingüista Henry Higgins conoce a Eliza Doolittle, una harapienta y ordinaria vendedora de violetas. El vulgar lenguaje de la florista despierta tanto su interés que hace una arriesgada apuesta con su amigo el coronel Pickering: se compromete a enseñarle a ... [+]
4 de enero de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un musical que sin duda se codea con lo que pulula por la cumbre del género. Perfecto desde lo discursivo y desde su concepto como espectáculo, «My Fair Lady» representa uno de los últimos gritos de gloria del cine de los grandes estudios, ese cine esmerado y elegante que es el sello de identidad del gran Cukor, cargado de humor inteligente y sutil, de canciones que enlazan sin sobresaltos la modalidad escénica con el espectáculo musical y que nos trae una historia milenaria (el mito de «Pigmalión») desarrollada en torno a una interesantísima trama de guerra de sexos y condiciones sociales que no hace sino enriquecer el concepto general.

Resulta indispensable, como se ha dicho en otras críticas, su visionado en versión original subtitulada, y por dos motivos. El primero es que algunos de los musicales de esta época estaban doblados al castellano por completo (esto es: no sólo los diálogos, sino también las canciones). Esto nos impide no sólo disfrutar de las voces originales (aunque sepamos de antemano que la de Audrey Hepburn está doblada) sino también apreciar el verdadero encanto de las piezas musicales y la forma tan exacta que tienen de encajar en los momentos narrativos del film. El segundo motivo radica en que también resulta fundamental considerar los diálogos hablados que no forman parte de las canciones en versión original, ya que al ser el tema de la dicción y la pronunciación fonética una parte fundamental de la trama hay numerosos juegos de palabras y gags discursivos que se pierden en la traslación y que sólo es posible disfrutarlos en la versión original (la pronunciación de las haches en la escena de la llama es un claro ejemplo). Por norma general suelo ver las películas en versión original, aunque con excepciones. En el caso de los musicales, me parece fundamental para llegar a gozarlos con plenitud.

Y pese a lo mucho que se ha dicho acerca de su posible misoginia, «My Fair Lady» es un musical que se goza con absoluta plenitud si, como siempre, se observa sin complejos e involucrando en su visionado esa parte de nuestro intelecto que se encarga de captar la sutileza escondida tras la supuesta superficialidad de los diálogos. Porque la crítica a las actitudes de Henry Higgins está en la propia película, a poco que el espectador haga un mínimo esfuerzo por encontrarla. Las dos canciones que el personaje canta a su amigo («An Ordinary Man» y «A Hymn to Him») nos demuestran buena parte de la personalidad del excéntrico lingüista. También cuando en medio de una discusión le dice a Eliza que no la trata mal por haberla recogido del arroyo o por ser una mujer, sino simplemente porque trata así a todo el mundo, cosa que se hace evidente en la escena de la embajada. La secuencia final, que tanto ha dado que hablar por su supuesto machismo, evidencia una especie de capitulación del personaje: exige sus zapatillas, cómodamente tumbado en una butaca, pero al mismo tiempo sabemos que tendrá que someterse a todas las contingencias que ya denunciara acerca de la compañía femenina en «An Ordinary Man». En cualquier caso, la esencia del personaje se sostiene no sólo gracias a las magníficas letras de las canciones sino también, y sobre todo, a la extraordinaria interpretación de un Rex Harrison absolutamente inalcanzable. Pocas veces un Oscar® al Mejor Actor fue tan merecido como en este caso.

La elección de la divina Audrey Hepburn para el papel de Eliza Doolittle también ha sido motivo de controversia y a uno, la verdad, se le hace complicado ahora imaginar a cualquier otra en el papel, por más que no fuese ella quien cantara las canciones. Creo que en este sentido el gran mérito de Cukor consiste en haber conseguido una impresionante e improbable química entre la pareja protagónica. La evolución del personaje nos habla de la enorme sensibilidad de este director para la construcción de la psique y el comportamiento femeninos. Párrafo aparte merece Alfie Doollitle (genial y esperpéntico Stanley Holloway), sin duda uno de los personajes más inolvidables de la historia del musical, un hombre que escenifica buena parte de la esencia humana con su sabiduría de basural y su simpático desparpajo de lumpen caradura y desacomplejado. Los dos números musicales que protagoniza («With a Little Bit of Luck» y «Get Me to the Church on Time») difícilmente se borrarán de la memoria del espectador, lo mismo que esa retirada rumbo a su boda que efectúa una innegable analogía con la muerte, es decir, la muerte del Alfie juerguista, mujeriego y tarambana que hemos visto hasta ese momento.

No puedo terminar sin dejar de mencionar el enorme trabajo de dirección artística que se observa a lo largo de todo el film, desde la impresionante recreación de ese Londres de principios de siglo (el Londres de los contrastes, donde se juntan en Covent Garden los ricachones que salen de la ópera y los carros de repollos en mal estado del mercado) hasta la maravillosamente estática escena del hipódromo, pasando por el suntuoso baile en la embajada, la recargada escenografía de la casa de la madre de Henry y todos y cada uno de los trabajadísimos espacios físicos que componen una puesta en escena llena de elegancia, glamur y extraordinario gusto.

Una película magistral e inolvidable que nos regala una combinación milimétrica entre historia y números musicales, y cuya impecable ejecución hará las delicias del aficionado al género.
Arsenevich
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