Esta película, más para mal que para bien, no puede esconder su origen literario. Personajes, situaciones y diálogos denotan un excesivo respeto por ser fiel al texto lo que deriva en un desarrollo marcado por buenas dosis de academicismo y un cierto acartonamiento narrativo más propio de un telefilm. Se desarrolla en dos líneas narrativas. Una de marcado acento político, bien planteada aunque algo naif, donde buenos y malos se reparten la escena, sin posibilidad de que resquicios, contradicciones o destellos de caras ocultas conviertan a los protagonistas en algo más que meros estereotipos. La otra, menos interesante, desgrana la pasión amorosa del joven protagonista hacia la chica refugiada que se gana la vida en un cabaret. Es esta la más proclive a verse plasmada en los recurrentes sueños que experimenta el muchacho, en escenas de carácter onírico que otorgan a la película algo de empaque visual. Sin embargo, llama la atención como Leytner desaprovecha al personaje de Freud, relegándolo a simple contrapunto de la historia, despachándolo con cuatro frases trilladas en unos diálogos que prometían mucho más. Al final, queda un relato cargado de buenas intenciones pero tan previsible como falto de emociones.


Lo mejor: algún apunte inspirado, como esas transcripciones de los sueños pegadas a la entrada del local.

Lo peor: el poco partido que se le saca al personaje de Sigmund Freud.