Estamos ante una película francesa, muy francesa. Sus personajes, diálogos, situaciones y escenarios son distintivos del cine francés, y lo más importante, está al servicio de una de sus grandes damas, una Juliette Binoche en la piel de una mujer madura desesperada por encontrar al hombre de su vida. Y, como en buena parte de la filmografía gala, los personajes hablan y hablan sin llegar a decir nada la mayoría de las veces. Es en sus silencios donde debemos interpretar lo que realmente sienten, en esta película que navega entre las aguas del drama y la comedia. El problema es que ni como drama llega a emocionar, ni como comedia te arranca media sonrisa. No es solo que el universo de artistas y galerías de arte resulte demasiado ajeno, es que la mayoría de personajes y situaciones están presentados de una manera torpe, como si formaran parte del capítulo de alguna serie de la que ya debiéramos conocer todos sus entresijos, lo que dificulta enormemente el poder empatizar con todo lo que les ocurre.

Claire Denis dirige con elegancia, pero se regocija en la cara más patética del amor, como si saldara alguna cuenta con su propio pasado, sitúa a sus personajes en el plano más ridículo de las relaciones y se muestra especialmente cruel con el de Isabelle, al que ofrece pocos momentos de dignidad. Y ni siquiera, en el interminable epílogo le ofrece la oportunidad de redimirse y acabar la historia con la cara un poco alta.


Lo mejor: comprobar que Juliette Binoche sigue conservando su “ángel”.

Lo peor: la pobreza de los personajes secundarios.