Construida sobre los cimientos del thriller urbano que marcaría tendencias en la Norteamérica de la época de Ronald Reagan y acabada con arreglos del psicokiller que salpicó de sangre y vísceras las plateas de los cines en los años noventa, “Un ciudadano ejemplar” se presenta como canto descreído de una sociedad que ha dejado de creer en la justicia y que reclama recuperar ciertos valores que antaño aportaban seguridad frente a la incertidumbre de los nuevos tiempos. F. Gary Gray elabora un traje al que se le ven las costuras (del Charles Bronson justiciero a “El silencio de los corderos”, de “Seven” a la saga “Saw”) a la medida de un personaje potente (al que seguramente otro actor menos limitado hubiera podido sacarle mayor partido) y una trama que atrapa al espectador desde el primer momento sin por ello ser menos consciente que tan ingenioso punto de partida nos acabará dando gato por liebre. Sin falsos embalajes ni retóricas de pretendido autor, asistimos al de una película que va directa al grano, disfrutable en la simplicidad de personajes y situaciones, sin poder ocultar (o quizás sin pretenderlo) que el aroma fascistoide impregne su mensaje, y que sin embargo desemboca en una resolución que demanda la benevolencia del espectador en cantidades industriales. Y es una lástima, porque en manos de un director menos convencional y con un guión más ajustado podríamos estar hablando del thriller de referencia de los años venideros. No es así, y finalmente “Un ciudadano ejemplar” acaba resultando una película de consumo rápido y digestión ligera.

Lo mejor: su falta de complejos.

Lo peor: la increíble resolución de la trama.