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Voto de Natxo Borràs:
8
Comedia. Ciencia ficción Sydney Stratton (Alec Guinness) es un joven investigador que, tras arduos esfuerzos, consigue inventar un tejido tan revolucionario que no se puede romper ni manchar. Sin embargo, a la alegría inicial pronto le sigue la decepción, pues tanto los empresarios como los trabajadores de la industria textil llegan a un acuerdo para impedir la fabricación y difusión del nuevo tejido. La razón es obvia: los primeros temen la ruina de sus ... [+]
18 de diciembre de 2009
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sidney Stratton (Alec Guinness) es un químico e inventor que trabaja en el laboratorio de una empresa textil propiedad de Alan Birnley (Cecil Parker) y su hija Daphne (Joan Greenwood), prometida con el jefe de la competencia Michael Corland (Michael Cough) que había tenido a Sidney en su nómina antes de despedirlo por un incidente. Sidney ha conseguido elaborar la fórmula (a veces explosiva) de elaborar un téjido revolucionario irrompible y aislante de la suciedad, por lo que supondría el fin de lavar o comprar más ropa. Con su nuevo traje blanco será el objetivo del interés de los mandamases del gremio y de la admiración de los trabajadores. Pero las consecuencias en la comercialización de la patente en un futuro podrían poner fin a muchos ingresos millonarios por un lado y a la pérdida de empleo por el otro.

La supresión de la lucha de clases es una de las conclusiones directas que se aprecia una vez visionado esta deliciosa comedia de la Ealing, sinónimo de humor inteligente, más cínico imposible. Hay que tener en cuenta que la gris Inglaterra de los años cincuenta cicatrizaba débilmente las heridas de la II Guerra Mundial, hipotecando sus extensiones coloniales en África para contrarestar una progresiva pero lenta mejora en su economía interna.

La Productora Cinematográfica Ealing, nos regaló joyas tipo “Oro en Barras” (1951), o “El Quinteto de la Muerte” (1955), ésta revisitada sin éxito por los hermanos Cohen cuarenta años más tarde pero que nos recordaron, ya de paso, que viejas factorías del humor podían volver a engrasarse, o recordarse.
Natxo Borràs
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