El almeriense Manuel Martín Cuenca (La Flaqueza del Bolchevique) rodó un híbrido de drama psicológico y película de terror más cercana al “pshyco-killer” que al “slasher” centrada en la figura de Carlos, un respetado sastre de Granada (interpretado por Antonio de la Torre) que almacena la carne humana de sus víctimas después de descuartizarlas en algún lugar aislado de Sierra Nevada. De día pero es un hombre reclamado por las confrarías ya que le encargan de restaurar un valioso manto para cubrir a Jesús en las procesiones festivas de Semana Santa.

En ese aparente marco de tranquilidad e incluso aburrimiento en el que se ve sometido Carlos se ve interrumpido por la llegada de Alexandra, (Olimpia Melinte) una chica rumana con un pasado poco esclarecedor a sus espaldas y que se verá desvelado tras su desaparición y denuncia de su hermana (también interpretado por la misma actriz). Los obstáculos emocionales y replanteamientos de Carlos tras el nuevo escenario que le espera (siempre en el sí de su vecindario y de camino a su lugar de trabajo) alterarán lo que en la antropofagia creía ver una forma de evadirse.

El film pretende ser un alegato contra esa hipocresía rutinaria y silenciosa que vencen día a día a la soledad. Sus protagonistas, por sus razones, huyen o recurren algo para escapar de esa forma de vida. Los planos lentos, sigilosos, los diálogos austeros y la escasez los emplea el director para mostrarnos la atmosfera reinante y ausente, que no debería ser así, de suspense en un film más cercano al drama que a los referentes tópicos y sobresabidos del cine de terror.