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España España · Madrid
Voto de keizz:
8
Drama Habiendo sobrevivido más que sus contemporáneos, el anciano "Lucky" se encuentra en el tramo final de su vida, donde se verá impulsado a un viaje de autodescubrimiento. (FILMAFFINITY)
17 de mayo de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un pequeño pueblo en el desierto americano vive Lucky (Harry Dean Stanton), un hombre de noventa años que vive solo. Cada día se levanta, hace ejercicios en casa, acude a la cafetería donde se saluda con el camarero diciendo “No eres nada”, hace un crucigrama, se va a casa a ver concursos televisivos, y por las noches se va a un bar nocturno a tomarse un bloody-mary y charlar con sus amigos.

La película la dirige John Carroll Lynch, y se trata del último film que protagonizó el gran Harry Dean Stanton antes de morir, lo que supone un aliciente extra para ir a verla. Sin que sucedan grandes cosas, la película reflexiona sobre la existencia, sobre la realidad de las personas que están en el ocaso de sus vidas, sobre la soledad, el sentido de la vida, la familia y la muerte.

Pese a todas las divagaciones existenciales y hasta filosóficas del film, no hay nada de pedantería en el mismo. En absoluto. Las preguntas, dudas, miedos y pensamientos que se presentan son los mismos que tendría cualquiera, por lo que nos podemos poner perfectamente en el papel de los protagonistas, más allá de algunos pensamientos surrealistas (especialmente los del personaje que protagoniza David Lynch).

No es el típico retrato lastimero sobre los últimos días de la vida de alguien. En “Lucky” la vejez es solo un estado más, algo natural y llevadero. El protagonista disfruta de sus recuerdos y se adapta al presente, a su realidad, haciendo funcionar su mente dentro de esa amalgama de huesos y pellejo que es su cuerpo. “Estar solo no es lo mismo que sentirse solo”, dice con sabiduría este personaje encantador, que a pesar de su desolador aspecto, pasea su nonagenaria existencia transmitiendo una razonable felicidad que adereza con pensamientos, sarcasmo e integridad.

La trama no es importante ni va a ninguna parte. Lo que importa es el camino. Así, la película discurre de un modo sereno y fluído, entre reflexiones, conversaciones, bromas y buena música. Se intenta desdramatizar la muerte y la vejez, y nos lo cuentan con un sentido poético poco visto en este tipo de historias, y con un sentido del humor siempre latente, incluída la pequeña broma con que el director cierra la película.

Lucky se hace entrañable para el espectador desde el principio del film. En seguida nos parece conocerlo. Sus rutinas gimnásticas, sus crucigramas, sus andares trémulos, su irrenunciable cigarrillo (confiesa que fuma un paquete al día, yo creo que más) o su afición a la música mexicana, nos hace tomarle simpatía. No es un viejo cascarrabias, ni tampoco un tierno viejecito, es simplemente un tipo normal que tiene muchos años, al que no sabemos con seguridad como ha tratado la vida (apenas sabemos que fue a la guerra) y que sigue pensando por su cuenta y planteándose cosas hasta el final.

El film está muy bien realizado, y no parece una ópera prima, pero lo es. John Carroll Lynch debuta como director con este largometraje y lo hace de un modo más que correcto. Con una inesperada eficacia para un debutante, nos deleita con una película elegante, sencilla y llena de sensibilidad. Con algunas escenas que son pura poesía. Su ritmo pausado no aburre, y demuestra tener muy buen gusto a la hora de elegir canciones, y mucho talento para conmover sin ser sensiblero.

Pero a pesar de la buena dirección, hay que admitir que todo el protagonismo recae sobre el actor principal. Habitual secundario de lujo (salvo en “Paris, Texas”, y no se si alguna más, creo que siempre le he visto de secundario), es precisamente en su última película en la que es protagonista casi absoluto, por fin. Y eclipsa todo y a todos, desde el director hasta los compañeros de reparto. Unos compañeros de reparto, por cierto, nada desdeñables. Ahí aparecen Ron Livingston, Beth Grant, Ed Begley Jr., Tom Skerrit y hasta el mismísimo David Lynch, que tiene un papel muy acorde con su estilo de hacer películas.

Dice Lucky en una de sus primeras reflexiones que: “el realismo es aceptar una situación tal y como es. Lo que ves es lo que hay. Pero lo que tu ves no es lo mismo que lo que veo yo” (más o menos, no recuerdo la frase literal, pero algo así). Y así es. Quizá por eso, no tiene pudor en mostrarnos el mal aspecto que tiene un cuerpo de noventa años, y nos hace saber con su interpretación que le aterra la llegada de la muerte, que cada día de vida es un regalo y que es dramático no tener más, que maldice el tiempo perdido en tonterías y que se arrepentirá hasta el fin de sus días de haberle quitado su canto a aquel ruiseñor al que disparó siendo niño.

Para un admirador de Harry Dean Stanton como yo, ver esta película era una obligación. Siempre me ha provocado ternura, pero esta vez se ha superado a sí mismo. Ver “Lucky” es viajar al futuro. Si la vida me respeta, alguna vez seré Lucky. Todos lo seremos. Y cuando llegue ese momento, será algo conocido, porque ya lo he visto. Esa sonrisa cómplice que Stanton nos dedica a todos justo al final de la película, y con la que se despide de los espectadores y de la vida es de esas imágenes que uno se queda para siempre.

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keizz
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