Joe Dante siempre ha sido un tipo que se ha posicionado claramente al lado de la infancia: no ha hecho jamás películas "para" niños, ni tampoco películas "de" niños, sino más bien películas "con" niños; historias de las que a alguien le gustaría que le contaran (o vivirlas incluso) antes de perder (del todo) la inocencia y la ingenuidad, y la genuinidad, propias de la preadolescencia.
Por eso, los niños y las niñas del cine de Joe Dante no son ni siquiera "chicos" y "chicas", y tienen ese aire goonie que tanto nos encanta a muchos y a muchas, yo diría que independientemente de la generación a la que nos sintamos vinculados.
Como Antonio Mercero, Dante respeta a sus personajes, y no los ñoñifica, y les regala la posibilidad de vivir vidas interesantes (para su edad) y, aunque pueda parecer mentira, realistas también, por mucho efecto (ingenuo, en el mejor sentido de nuevo) especial que haya.
La 3D es una concesión a los nuevos tiempos, un "vamos a divertirnos con este juguete nuevo, chicos y chicas"; un juguete que, como tal, no tiene que tener propósito alguno más que el placer de jugar con él, sin función narrativa, ni explicativa, ni descriptiva, ni nada de nada. Hay que acercarse a la 3D de esta película como nos acercábamos a la 3D de la época de las gafas de cartón con papel celofán...