Películas como esta están fuera del alcance del tiempo y de cualquier crítica porque han despertado al mundo real, al perfecto, al que está más allá de las medidas y los juicios.
Rogers/Hanks llega al corazón, escucha al alma y no a sus pensamientos, se preocupa por la persona que tiene enfrente, no tiene prisa porque sabe que el tiempo es una ilusión del ego cimentada en el miedo al descontrol, cuando en realidad no controlamos nada de nada.
Basta un minuto de introspección para darte cuenta de que eres amor al pensar en el amor de los que conforman tu vida, y que desde ese amor debemos entender el mundo, más allá de los enjuiciamientos. Ese minuto de silencio en un restaurante es pura magia, porque el silencio lo contiene todo como el cero contiene todos los números. Escena para recordar e integrar.
Cualquier miedo, que eso es la rabia o cualquier sentimiento negativo en realidad, se diluye con la luz del amor, del entendimiento, de la luz del alma. Cualquier rabia es un sentimiento que se nos pega como un lastre durante toda la vida si no lo sanamos, y esta película nos muestra cuán sencillo es sanar: tan solo hace falta abrirse al sentimiento, mirarlo de frente, entenderlo y dejarlo marchar, amar el dolor y el amor lo inundará todo. Y el ego, al que le gusta tanto las complicaciones, no impedirá que miremos a ese problema o dolor con una sonrisa de comprensión, ya para siempre.
Películas así me hacen creer en el cine, películas que miran al corazón, películas fuera del tiempo.
Y de cualquier crítica.