Hay directores de cine que se embarcan en una espiral suicida que cristaliza normalmente una década después del comienzo del fin. Tarantino es original en sus plagios hasta con esta probada premisa. El tío se estrella como un cometa en busca de gravedad. Del cielo al infierno en dos películas.

Sus diálogos no son frescos, están trillados. Su cháchara intrascendente ya no emociona sino que aburre al fanático más descerebrado: ¿a quién cojones le importa cómo se gane la vida un especialista de Hollywood? Toda la verborrea empleada en antiguos films queda anticuada, amorfa, sin chispa. Pero es que todavía queda el argumento: infame, horrible, chapucero, estúpido... No se le puede tomar el pelo así a la gente. No se debe. Doy por sentado que no vamos a ser tan indulgentes con tu siguiente trabajo. Estás en el punto de mira, y hay una bala llamada desaprovación masiva que apunta directamente a tus neuronas. Tú verás...