Aparentemente Lasa y Zabala es desde su concepción una película destinada a la polémica. Ya se ha visto anteriormente que cualquier acercamiento al tema del terrorismo de ETA consigue poner en guardia a un buen sector de la opinión pública antes, incluso, de que se estrene la película. Si como es el caso, además la película pretende poner en imágenes precisamente la parte de la historia que cuestiona a las fuerzas de seguridad del estado, en este caso la Guardia Civil, y al propio gobierno, y no a la organización terrorista, el debate está servido.
Una vez vista la película solo se puede decir que el debate político carece de relevancia ante el escaso calado cinematográfico de la propuesta. Solo ante una película sólida, seria, compleja y de largo alcance, cabría plantearse cuestiones más profundas acerca de las tesis que se pudieran concluir de su visionado. No es el caso de Lasa y Zabala, una película que, pese a la gravedad de lo narrado, es difícil valorarla más allá de sus muchas limitaciones cinematográficas.
Ya desde la secuencia de los títulos de crédito, muy brillante sí, pero más propia de una película de superhéroes Marvel, se intuye una cierta tendencia al sensacionalismo más ruidoso. Algo que se va confirmando poco a poco a medida que avanza el relato.
La historia, conocida y juzgada, está bastante clara para todos aquellos que no tienen interés en mirar para otro lado. Es la historia, infame y vergonzosa, de como el estado quiso poner freno a los asesinos de ETA con métodos ilegales, inmorales e inhumanos, poniéndose al mismo nivel de ese terrorismo contra el que luchaban. Concretamente Lasa y Zabala se centra en la primera de las acciones llevadas a cabo por esta banda, en la que secuestraron, torturaron, asesinaron y enterraron a dos miembros de ETA, en un caso que no fue resuelto hasta tres décadas después, tras la aparición fortuita de los dos cadáveres.
Poco que discutir acerca de la veracidad de los hechos narrados y sobre la crueldad e impunidad con la que actuó este «selecto» grupo de elegidos encabezados por el general Galindo. Otro cantar bien distinto es el (des)acierto con el que Pablo Malo nos cuenta la historia. Falla el tono, falla el enfoque, falla el contexto y fallan, en muchos casos, los actores.
El guion nos va desgranando la historia de forma fragmentada, con saltos en el tiempo que nos van dando luz sobre lo ocurrido, en una decisión narrativa que seguramente sea lo mejor de la película. Pero desgraciadamente toda esta narración se mueve en un tono entre el puro artificio y la caricatura más maniquea, regodeándose en muchas ocasiones en el más puro sensacionalismo, como he dicho al principio. Todo ello llevado a la pantalla a través de unas desangeladas imágenes mas propias de un telefilm televisivo que de una película con aspiraciones de trascender. Secuencias como las del juicio (ese Felipe Bayo, Dios mio!!), o interpretaciones como la que hace, el casi siempre excelente, Francesc Orella del general Galindo dicen bien poco del nivel medio en el que se mueve la película.
Por otra parte, y más allá de lo puramente cinematográfico, dudo mucho que alguien que no conozca el tema, llegue a la conclusión de que Lasa y Zabala eran miembros de una organización terrorista que por aquel entonces mataba, sin piedad, y casi a diario. Esto, obviamente, no justifica nada, pero si hubiera servido para situar la historia en su verdadero contexto. Tampoco me parece legitimo que algunos de los hechos «ficticios» que incluye la película (el asesinato de uno de los personajes) sean tan claramente tendenciosos.
Con Lasa y Zabala Pablo Malo ha desperdiciado la ocasión de hacer un buen thriller, y la de hacer un complejo análisis político y social. Y eso es mucho desperdiciar.