Acertada película, que cuenta como mayor aliciente reunir pocos años después a los grandes artífices de ese hito del ser humano llamado Casablanca, excluyendo Ingrid Bergman, esa mujer.

No es una secuela encubierta ni nada de eso, algo que sospeché cuando supe de su existencia. Mejor, porque esa historia terminó con una gran amistad, qué duda cabe.

Aquí, sin llegar ni por asomo a esos niveles de esplendor, Curtiz The Killer gobierna con desparpajo una buena y entretenida historia de aventuras, con constantes flaskbacks, con un vigoroso ritmo, y con un sentido de la exaltación francesa que acaba saturando e hinchando las pelotas, para qué negarlo.

Por suerte, el gorras, lo mejor una vez más de la función, es el perfecto contrapunto a esas eyaculaciones tricolor, al menos durante un rato, y ahí le tenemos, con su cara serigrafiada en ladrillo y frunciendo el entrecejo mientras Lorzas y compañía entonan la marsellesa.

¿Soy yo el único que, pese a reconocer y admirar varias de sus aportaciones artísticas, sociales y políticas, siente una considerable tirria hacia ese país?

Sí, debo de ser yo.

Que algún país eche del Mundial a esa selección cuanto antes, por favor.