Los krills, también rebeldes, tampoco tienen lógica, volviéndose ridículos y exasperantes. Los humanos actúan sin ningún sentido, con una pobre delineación argumental. Los flash-backs del pájaro gordo y el del pájaro volador no aclaran mucho y también son innecesarios. La actitud egoísta del elefante marino tras ser salvado no tiene mucho sentido. En fin, todo parece estar pensado a las apuradas como para ser consumido por niños pequeños. Y aquí reside el verdadero problema. La primera película fue pensada para ser disfrutada plenamente por los adultos. Al darle al adulto, que se enamoró de la primera, esta segunda, con alto grado de incoherencia, y no enganchando a los niños pequeños que, tras observarlos en la sala, era evidente que se aburrían sobremanera, ya que deambulaban de acá para allá, sin prestar atención a lo que ocurría en la pantalla, el film fracasa, al no dar lo que buscaba el espectador mayor y no fascinar a los niños pequeños. Baste un ejemplo que desentona a toda edad de visionado: la escena del pingüinito Erik cantando un área operística da vergüenza ajena, náuseas, ganas de callarlo de un zapatazo, y mucha pena por lo ridículo de la situación. Y ahora me refiero al otro fallo de la presente película: la música elegida y los números coreográficos, pocos y mal ensamblados, ya no sorprenden, la banda musical es mediocre y pobre al tratar de unir diversos géneros musicales que ni por asomo logran ser agradables como en la primera, y lo del segmento operístico del pingüinito es el tropezón mayor.
Y al ser en 3 D queda en evidencia que fue hecha para esta tecnología, los vuelos permanentes de cámara, los acercamientos y alejamientos, los cambios de planos bruscos, terminan por marear al espectador.
En los cines argentinos se vio lo mejor de la pelicula: un adorable corto de estreno de la Warner Bros con el gato Silvestre y el canarito Tweety animado por computadora. Un postre de nivel con un plato principal decepcionante.