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España España · almeria
Voto de TOM REGAN:
5
Drama En la Coney Island de la década de los 50, el joven Mickey Rubin (Timberlake), un apuesto salvavidas del parque de atracciones que quiere ser escritor, cuenta la historia de Humpty (Jim Belushi), operador del carrusel del parque, y de su esposa Ginny (Winslet), una actriz con un carácter sumamente volátil que trabaja como camarera. Ginny y Humpty pasan por una crisis porque además él tiene un problema con el alcohol, y por si fuera poco ... [+]
15 de mayo de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
101/04(05/05/18) Fiel a su cita anual nos llega la realización (como siempre también guioniza) de su largometraje Nº 81 de Woody Allen, en este caso el cansancio se hace patente, con salvados oasis (“Si la cosa funciona” o “Irrational man”) deja patentes su falta de ideas nuevas, tomando ideas suyas y proporcionando refritos que suma a clásicos de su cinefilia, en este caso para desarrollar un melodrama en el que mete en un coctel ideas de “Annie Hall” (Alvy naciendo en una casa en un parque de atracciones), su gusto por la primera mitad del SXX neoyorkino (en esto son legión: desde “Días de radio”, “Balas sobre Broadway” o la última “Café Society”), los triángulos románticos en que los protagonistas toman decisiones (llevados por sus bajas pasiones) radicales llevadas normalmente por el egoísmo (“Hannah y sus hermanas”, “Delitos y faltas”, “Maridos y mujeres” o “Match point”, hay más), ello protagonizado por una mujer muy melodramática en lucha con la crisis de la mediana edad (“Interiores”, “Septiembre”, “Blue Jasmine”, y más), esto en sí no es malo, es que aquí lo desarrolla con el piloto automático, sin alma, sin personajes que interesen, con situaciones forzadas, con momentos muy poco naturales, como esos monólogos cansinos a cámara del narrador encarnado por un descafeinado Justin Timberlake, o unos diálogos metidos con calzador, intentando emular la fuerza dramática del Tennessee Williams de “Un tranvía llamado deseo”, pero todo se nota acartonado. Un drama pasional en el que Allen nos priva del más preciado de sus dones como es el humor, quedando en algo seco y complicado de digerir en su rumbo hacia ningún lugar, provocando (por lo menos a mí) ni pizca de emoción al resultarme todo muy artificioso, todo automatizado, sin garra hasta desembocar en un anticlímax que te deja con clara sensación de vacío. La película se siente como que Allen ha tenido una idea de cómo empezar, el romance de amores (infidelidades) cruzadas en el marco decadente del icónico parque de atracciones de Coney Island, y con el jolgorio y fiesta de fondo desarrollar un agrio relato de amores ácidos, de desamores trágicos, de infidelidades idealizadas, y asimismo Woody vuelve a regalar otro caramelo para una actriz, en este caso a Kate Winslet le da un rol para su lucimiento, pero al que la gran actriz se agarra de modo excesivamente teatral, pero no ha sabido evolucionar una historia que enganche al notarse todo un deja vú, esta impresión de vacuidad se acentúa cuando su ambientación está muy por encima del film, donde la majestuosa fotografía del romano Vittorio Storaro (con profusión de cromatismos saturados, tomas largas, reflejos de marcadísima intensidad dramática en el naranja cuasi-fuego) parece un pretencioso ejercicio de onanismo del cinematógrafo, no por su pomposidad, si no por estar al servicio de una narración tan plana, tanto que la cinta llega a parecer una excusa para que Storaro componga planos y tomas de una beldad sibarita. Seguramente debe ser un guiño a la popular serie “The Sopranos”, aparecen en un cuasi-cameo los Tony Sirico y Steven J. Schirripa (los míticos Bobby y Paulie) aparecen como matones del mafioso marido de Carolina.

Se desinfla pronto, con auto-zancadillas tempranas, como el hastiante narrador en su petulancia oratoria carga bastante. La historia en su inicio puede apuntar a cine negro de “Delitos y faltas”, a comedia estilo “La Rosa Púrpura del Cairo”, a melodrama tórrido pasional a lo “Match Point”, pero en cuanto avanza nos damos cuenta que Allen quiere emular a los dramaturgos de Broadway como Euge O´Neil o al que más huele, como Tennesee Williams, donde la mayoría de la acción transcurre en una deprimente vivienda con vista al entusiasmo festivalero del parque de atracciones, y donde la protagonista es un claro remedo de la Blanche Dubois de “Un tranvía llamado deseo”, escuchamos que el marido baterista de Ginny se suicidó y que ella siempre escucha su batería en la cabeza, al igual que Blanche DuBois siempre escucha el vals que interpretó la noche (del suicidio) su propio marido, incluso los personajes terminan de modo similar, esto ya ocurría en otro reciente film alleniano como “Blue Jasmine”, ello con constantes guiños para los que hayan visto la obra. Esta estructura de teatralidad provoca escenas pesarosas en su manufacturación y poca naturalidad.

Con subtramas estridentes como la del niño (Richie encarnado por Jack Gore) pirómano, no sé si es que estaba destinada a ser la nota de humor y se perdió en el montaje o que es tan forzada como parece; o el pegote de la charla de Mickey con su amigo “gafapasta” (como no, frente a un tablero de ajedrez, que esto da mucho nivel neuronal, ja,ja!), que le hace decidir su futuro.

Puesta en escena que a lo mejor ante la intrascendencia vacua de lo que se cuenta es invadida por la fulgencia del nuevo colaborador (empezó esta en la mencionada del 2016) en la cinematografía de Woody, Vittorio Storaro (“Apocalypse Now”), que en comunión con la labor brillante del diseñador habitual del director, Santo Loquasto (“Días de radio”), rodando íntegramente en Nueva York City, con la playa, el malecón, o con una preciosa recreación de la vivienda de Ginny, con esas bucólicas vistas a la Wonder Wheel (emblemática noria del parque de atracciones), esto sumado al gran diseño de vestuario de Suzy Benzinger (“Café Society”), como exteriorización de la personalidad de los personajes; todo esto atomizado por la espléndida fotografía, ya marcando el camino desde su evocador inicio en conjunción con los efectos visuales creados por Mike Myers (“Gotham”), con esa atestada playa de Coney Island, un travelling digno de una postal vintage, para después Vittorio impregnar de juego de contrastes de luces las escenas, saturando la vivienda de Ginny de tonalidades anaranjadas (Ginny viste mayormente en este color) -rojas macilentas, melosas que calan en el espectador,… (sigue en spoiler por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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