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Voto de Jefe Dreyfus:
8
Thriller. Drama Desde que su mujer sufrió quemaduras en todo el cuerpo a raíz de un accidente de coche, el doctor Robert Ledgard, eminente cirujano plástico, ha dedicado años de estudio y experimentación a la elaboración de una nueva piel con la que hubiera podido salvarla; se trata de una piel sensible a las caricias, pero que funciona como una auténtica coraza contra toda clase de agresiones, tanto externas como internas. Para poner en práctica este ... [+]
13 de enero de 2012
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película es rara, bella, kisch, extrema, grotesca, enfermiza y fascinante a partes iguales. Porque La piel que habito no se casa con nadie, ni siquiera con los géneros. De esta forma lo que empieza pareciendo un drama sobre una joven retenida por su malvado carcelero entre los cuales se crea una insana relación de amor/odio (también conocido como un síndrome de Estocolmo de caballo) va fluyendo de manera que pasa por diferentes etapas, con momentos absolutamente delirantes (sí, me estoy refiriendo al hombre tigre), llegando a coquetear con la ciencia ficción, el thriller psicológico, el melodrama o el suspense con tintes claustrofóbicos. Además, el espectador, podrá jugar a descubrir los referentes de la película entre los que, sin duda, deberán incluir el cine de Cronenberg (difícil que no les venga a la cabeza su Inseparables) o el clásico francés Los ojos sin rostro (impepinable, con un cirujano de protagonista y una joven encerrada en una casa aislada que esconde su rostro bajo una misteriosa máscara). Pero es que a pesar de las referencias la película termina resultando ser cien por cien almodovariana, con la mayoría de sus tics preferidos, como los cameos de familiares o la incorporación de personajes que le cantan directamente a la cámara.

Reconozco que a los pocos minutos la película ya me tenía atrapado gracias al buen hacer en la dirección de Almodóvar y al hermetismo reinante por parte de la práctica totalidad de los personajes que deambulaban por la cinta. Son momentos de desconcierto general en el espectador a la espera de que la trama avance y se empiecen a atar cabos. Pero a medida que la trama avanzaba los cabos no solo seguían sin atarse, sino que más bien se iban formando nudos cada vez más enrevesados. Confieso que hacia la mitad del metraje andaba un poco perdido e incapaz de llegar a dilucidar hacia donde se dirigía la cinta y cual era la finalidad de lo que me estaba contando el director, coincidiendo con un momento de la trama en la que la historia avanza y retrocede en el tiempo de forma continuada y algo confusa. Lo que no sabía todavía era que Almodóvar me estaba dirigiendo hacia donde él quería porque, al cabo de poco, todas las piezas, que hasta el momento habían estado bailando en pantalla sin orden ni concierto aparente, se colocaron de pronto en su sitio permitiéndome ver el global de la historia. A partir de ese momento me rendí definitivamente al encanto de la cinta, llegando hasta el final de la misma e incluso más allá. Porque lo cierto es que, una vez se abrieron las luces en la sala de cine, la película se vino conmigo a casa, le di de cenar, se acostó a mi lado en la cama y seguía cerca, todavía, a la mañana siguiente, dando vueltas en mi cabeza.
Jefe Dreyfus
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