A primera vista, "Los descendientes" no deja de ser una sencilla película de tópicos, un drama americano con la consabida celebración de la familia como telón de fondo, pero Alexander Payne es un guionista que sabe introducir sus pequeñas sutilezas y guiños que conectan con el "nada humano me es ajeno" que hay en todos nosotros y así, poco a poco, va haciendo que una historia ante la cual es inevitable alzar las defensas en alto, se infiltre en el espectador dejándole con un poso suave que agrada y que no molesta.

"The Descendants" narra la típica historia de un hombre perdido que no sabe cómo establecer un diálogo con su propia existencia, tras enterarse de que su mujer, que está en coma tras un accidente, le era infiel. Al final el tema de la película es sobre cuáles son las prioridades en la vida: enfadarse o entristecerse, conservar o dejar ir, cuidar u olvidar, vender o permanecer. Y como curioso añadido, decir que es muy complementaria, por mostrar un cierto reverso, a "Mi vida sin mí".

Son dilemas que te llegan por la vía de lo sencillo, aquí está el mayor logro de Payne, aunque es inevitable desear que fuera un director un poco más interesante a otros niveles, pues su manera de rodar es tan floja y convencional que es casi un milagro que la fuerza emotiva del guion consiga imponerse a tanta postalita de Hawai y a tan anodina planificación de escenas.

No obstante, es una historia que se ve con agrado por los preciosos paisajes, la balsámica banda sonora de los Panchos hawaianos y esa manera de tratar un duro trance como una parte esencial de ese proceso de aceptación constante que es la vida. Con alguna pincelada cómica que no está mal, aunque para conseguirla Payne nos obligue a no creernos a muchos de los personajes.

A todo esto, increíble la lluvia de elogios que recibe George Clooney, no se puede ser más fofo, inexpresivo y poco empático, había escenas en que no sabía si iba a hostiar a alguien o abrazarle, vale que su personaje no tiene mucho más que ir de aquí para allá con cara de perplejo, pero ¿y sus ojos? ¿no deberían transmitirnos algo?. ¡Y qué mal llora!