Sofia Coppola no es una directora que trata los temas más intensos de una forma tan superficial que podría convertir una película sobre el Holocausto en un relato del hastío vital del ejército nazi en su búsqueda del uniforme perfecto. En "Las vírgenes suicidas" conseguía quitarle hierro a una tragedia adolescente y en "Lost in translation" convierte una especie de historia de amor sutil -tan sutil que ni te enteras- de dos almas desarraigadas en una ciudad desconocida en una frívola chuchería para gafapastas. Bill Murray repite registro dramático, como viene a ser habitual en sus últimos filmes y Scarlett Johansson se pasa con cara de pasmo y la boca abierta durante todo el metraje (en perfecta imitación de Elijah Wood en "El Señor de los Anillos"). Acompaña todo esto con una banda sonora ideal para el próximo Summercase y radiografía el hastío con tanta parsimonia que acaba hastiando al respetable. Las bromas a costa de los japoneses y los aburridísimos diálogos no contribuyen mucho a elevar el conjunto, a pesar de la indiscutible elegancia de la fotografía y de los pocos momentos genuinos de química entre los protagonistas.