Divertidísima comedia que, tomado de aquí y de allá, subvierte todo para crear un discurso único -no completamente original-, pero a la postre 100% disfrutable.

Contiene decenas de gags que logran la difícil misión de provocar el descojone. Todo pivota sobre las dos estrellas de la función, a la postre también sus guionistas: un Simon Pegg que crea un imposible e hipervitaminado loser estancado en su adolescencia y un Edgar Wright que dirige con sano cachondeo un viaje surrealista a los abismos de los 90. Todos los actores aportan brillo cómico y matices sin brochazos gordos, todas las situaciones son cómicas per sé.

Solo lamentar los poco hábiles últimos 10 minutos, donde la estructura narrativa del guión cambia y somos expulsados del maravilloso viaje que habíamos emprendido durante los 90 anteriores. Aún así, sin rencor.

Como era de esperar no funcionó en la taquilla española, donde en el terreno de la comedia solo la basura más abyecta tiene alguna posibilidad de esperar un razonable éxito económico.