Con una premisa complicadamente definible, y un guión asombroso que justifica esa dificultad para denominar su intricada trama, el gran David Fincher presenta un “juego” que hará sucumbir nuestra mente, fatigada, a los avatares de los creadores.

Con un excelente Michael Douglas en el rol protagónico, se da a conocer la vida acaloradamente ocupada y atiborrada de trabajo de un magnate del mundo empresarial, Nicholas Van Orton, que ingresará en una experiencia que cambiará y determinará, de manera estrepitosa y trepidante, el rumbo de su vida.

Maravilloso el guión, con geniales giros en todo momento, en aumento de su vertiginosidad. Imprescindible mencionar lo impredecible del mismo, conformando un aspecto único y sumamente merecedor de la denominación como “joya del cine”. ¿Qué mejor que el desarrollo argumental de esta historia que otra cosa en toda la cinta? Nada, aunque ningún otro factor merece lo contrario, ni se queda atrás.
La actuación del protagonista es espléndida, acompañando al espectador en el desconcierto, y generando la necesaria empatía. El resto del elenco también está muy bien, con un notable Sean Penn como secundario, vital en el origen de los turbulentos acontecimientos. La musicalización acude cuando se la llama, correcta y fulgurante. La dirección, sutil, eficazmente sublime, sabiendo con maestría como narrar lo que se pretende, sin ninguna falla. El arte es estupendo, con destacada fotografía y diseño de producción.

Creo que deben preservarse personas que desconozcan totalmente el contenido del filme. Deben zambullirse en los sucesos sin previo conocimiento, sin siquiera leer la sinopsis, lo que facilitará el objetivo principal de la historia, y propiciará el terreno para la confusión y la genialidad argumental que aguarda.

Calificación: 9.5