Más allá de la risa o del llanto la sanísima ironía nos conduce a un hipnótico estado de perplejidad sublime. Estos Coen han mamado en las fuentes más hermosas de la fertilidad. Y esta preciosa parábola homérica, como el Buster Keaton que aparece en ese extraño artilugio ferroviario, como el último John Ford también homérico, como el Pasolini de "Teorema", como el Buñuel de la permanente retranca baturra, como el Godard de "los Carabineros", como el Anthony Mann de "El hombre de Laramie", queda abierta a toda interpretación festiva. Estamos ante una gloriosa fiesta permanente y sin final.

Y George Clooney ya casi supera a Cary Grant en sus delirantes danzas finales, y John Turturro a Robert Mitchum, e incluso el blandito Tim Blake Nelson a Alan Ladd o a Tyrone Power... Esta fábula no tiene desperdicio. Comedia para pensar, drama para reirse, cóctel de novedosos ingredientes super explosivos a tope de juerga para ávidos contempladores de lo tan jugoso entre líneas. La ley en el fondo sólo es una cosa humana. Y la factoría Coen inicia y apunta las andaduras de su cada día mejor factura. Estamos de enhorabuena porque continúan sorprendiéndonos. Y la historia del cine continúa superando sus míticos listones que parecían insuperables.

Cualquier tiempo pasado fué peor, incluídas sus joyas inolvidables. Pero hay películas muy recientes que superan de vez en cuando a los ya hoy ortodoxos hitos de lo conocido abriéndose camino por las nuevas puertas de la heterodoxia que pronto será clásica ortodoxia del mañana.