Ingmar Bergman es una de las mentes más potentes de la historia del cine y del arte del siglo XX en general. Una filmografía repleta de toda la metafísica del ser humano. Sobre el destino de la vida, sobre la ansiedad, sobre Dios, sobre la soledad del artista y un largo etcétera.

El sueco acompañado de Harriet Andersson, Ingrid Thulin y su amada Liv Ullmann trae una obra con su más clara visión. Denigra al ser humano, al hijo de Dios, mostrando en un palacio tintado de un rojo infernal el cinismo, odio y pecados por parte del ser humano. Y es que siempre la visión gris del mundo de Bergman desde su siempre desolador y cristiano prisma. No soy creyente pero su angustiosa visión de la Fe cuando es abandonada por el hombre me fascina.

No es el único tema de "Gritos y susurros". Plantea las temáticas de culpabilidad, infidelidad, degeneración o la búsqueda de la felicidad (impresionante final, a todo esto). Si es verdad que la escena del sacerdote demuestra el rechazo de la Fe por parte del hombre, para mí clave en la película.

Una puesta en escena casi teatral con una fotografía que invade toda la pantalla con unas tonalidades escasas pero muy claras. Destacando rojos sobre todo, blancos y negros. Primeros planos cerradísimos angustiosos y diálogos como brisas y como truenos.

En resumen, un ritmo pausado marca de la casa y unas imágenes contundentes engloban una obra con una profundidad para sentarte y tratar de comprender la condición del ser humano y su destino en la vida.