Éste sería para mí el resumen de "La huella". Algo que ya podemos prever al escuchar la exquisita banda sonora inicial de John Addison. Una película que no puede ser calificada como obra maestra y que, sin embargo, casi alcanza ese nivel gracias a una trama con giros sorprendentes y al espléndido duelo de actores al que asistimos y en el que se sustenta el argumento. El 10 se lo daría si el metraje no fuera tan excesivo (la primera media hora se alarga demasiado) y el escenario tan monótono (aunque no olvidemos que se trata de una pieza teatral).
La cinta comienza casi como una "payasada" (nunca mejor dicho), con un humor un tanto peculiar, más al estilo de "Cluedo" que al de una intriga. Pero cuando dos pesos pesados de la escena británica como son Laurence Olivier y Michael Caine comienzan sus lecciones magistrales de interpretación, el resultado mejora notablemente. Sus personajes tan antagonistas son de lo mejor que puede verse en una pantalla: Por un lado el excéntrico, brillante y empírico escritor de novelas policíacas Andrew Wyke (Olivier); por el otro, el joven, seductor e inteligente Milo Tindle (Caine).
Una película que, aunque te deje un sabor agridulce, no podrás dejar de reconocer como un buen trabajo de Mankiewicz. La búsqueda del delito perfecto para ganar una singular partida a un juego que no es más que el divertimento para una farsa.