No es que falle en animación, e incluso me parece un buen intento por acercar a este navegante legendario a los más jóvenes. Pero lo que no se puede consentir es que la idea se la pasen por el forro de los clásicos. No se puede tratar a Simbad como un ladronzuelo machista y arrogante, darle un toque moderno en su lenguaje o mezclar churras con merinas como nombrar a las Islas Fidji (que en aquel tiempo ni se conocían) o situar su nueva aventura en Siracusa (Magna Grecia, Hélade o como queráis llamarlo). Eso por no hablar del final, con un guión lioso a más no poder.
Lo único salvable de esta película de animación es la aventura del héroe hacia el Tártaro, los monstruos que aparecen y, si acaso, la simpatía del perro y de la tripulación. Porque incluso el hecho de que Simbad sea manipulado por la oscura y seductora diosa Eris es propio de la mitología griega (Heracles, Odiseo...). También destaca la banda sonora de Harry Gregson-Williams, así como los movimientos de los personajes, si bien en ocasiones son demasiado frenéticos y espectaculares.
Vamos, que si pretendían hacer un buen ejemplo juvenil con este viajero y mercader oriental, podrían haber respetado su verdadera historia y a partir de ahí también había material para construir un excelente argumento.