Hablo sólo de la película porque no he leído a Proust. Sé que me pierdo algo, pero esas novelas, al igual que la gran novela decimonónica en general, están como blindadas por su descomunal extensión. (Como concepto general y sin referirme a nada concreto, creo que una novela no es buena, menos buena o mala juzgando sólo por su extensión. Muchas veces al contrario. A veces he abordado una novela, ensayo o escrito de gran extensión, y lo he dejado porque cada premiosa página añadía muy poco a lo anterior. Borges tiene algún comentario sobre esto, pero éste no es el sitio).

Sobre esta película, la había visto ya hace muchísimo, pero pensé que merecía un repaso y puedo decir que, aun fatigando un poco, tiene unos perfectos actores y elegante factura para un retrato de caracteres de la aristocracia francesa y alta burguesía del último cuarto del siglo XIX. Está patente el profundísimo abismo entre clases sociales, el cual, bajo otro ropaje, aun sigue.

Igualmente, es un retrato del eterno juego amoroso compuesto de atracción inexplicable, sinuosidad, duda, crítica, autocrítica, tormento, vuelta a ello... cada sexo a su estilo propio.

La película encuentra su plena justificación al final, en un súbito y elegante salto como de 15 ó 20 años, cuando el aristócrata decadente que interpreta Delon, sentado con su viejo amigo, el personaje ahora enfermo que interpreta Irons, le dice con una serena profundidad de la que parecía carecer: "Nuestra vida es como un taller de artista: llena de esbozos desechados. Sacrificamos todo a unos fantasmas... que se desvanecen uno tras otro. Y somos infieles a nuestras ambiciones, a nuestros sueños..."