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Voto de Melón tajá en mano:
4
Drama Libremente inspirada en un episodio que marca el fin de la carrera del filósofo Friedrich Nietzsche. El 3 de enero de 1889, en la plaza Alberto de Turín, Nietzsche se lanzó llorando al cuello de un caballo agotado y maltratado por su cochero y, después, se desmayó. Desde entonces, dejó de escribir y se hundió en la locura y el mutismo. En una atmósfera preapocalíptica, se nos muestra la vida del cochero, su hija y el viejo caballo. (FILMAFFINITY) [+]
9 de febrero de 2012
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Día 1: Hacía mucho viento fuera cuando papá llegó con el caballo. Entramos en casa y mientras se cocían las dos patatas que comemos cada día, yo miraba por la ventana y papá se echó una cabezadita.

Día 2: Otra vez hacía mucho viento fuera. Fui al pozo por agua. Cambié a papá de ropa. No sé por qué me mira raro, como si fuera la primera vez que lo hago. Me lavé la cara y fuimos a sacar la carreta, pero el caballo no quería andar. Está como triste. Hemos guardado la carreta y regresado a casa.

He desvestido a papá y le he colocado la ropa de casa. Lavé la ropa en agua caliente y después la tendí. Comimos una patata cada uno. Quema mucho pero papá siempre tiene mucha prisa para sentarse frente a la ventana. Luego vino un tipo y empezó a rajar de todo y a decir cosas muy raras.

Día 3: todavía hace mucho viento fuera. Fui al pozo por agua. Cambié a papá de ropa..." Al tercer día el espectador común, más alejado que nunca de la crítica, lo que quiere es resucitar de la pesadilla. Aunque solo haya pasado una hora de película tendrá la sensación de haber envejecido alguna más.

La hermosa melodía suena incansable durante más de la mitad del posiblemente tedioso metraje de 'A TORINÓI LÓ' ('THE TURIN HORSE'), tercera película firmada al cincuenta por ciento entre el laureado cineasta húngaro Béla Tarr y su editora Ágnes Hranitzky, siendo premiada por dos veces en el Festival de Berlín 2011.

Tarr afirma que será la última que haga, lo cual no es buena noticia tratándose de un cineasta de tan enorme talla cinematográfica. Que exista un abismo inmenso entre su forma de hacer el cine y los gustos del gran público no pone en tela de juicio la profundidad del poso artístico que nos deja, intenso y sin duda alguna digno de estudio.

Analizando esta nueva cinta no desde el prisma del cine moderno sino del supuestamente vanguardista (adelantarse en el tiempo para clasificar una película como tal sí que puede generar profundas discusiones) encontramos grandes virtudes como el brillante realismo que trasmite su impecable fotografía además de su innegable fuerza visual y poética.

Hay que olvidarse del reloj: el filme niega al segundero su papel de medidor y dictador temporal. Sin embargo es posible que la duración de muchas de sus treinta largas tomas no sea siempre la más acertada por más que tratemos de justificar sus intenciones narrativas, de modo que para muchos espectadores la película oscurece antes del apagón por el que apuestan sus directores.

Tarr y Hranitzky filman con ímpetu la metafísica del Apocalipsis: éste no vendría de repente sino de forma paulatina, lenta y angustiosa. Realmente trágica sería la desesperación de no saber cuándo llegará la muerte. Empieza el hambre y no hay salida para el principio del final.
Melón tajá en mano
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