Versión teatral de la obra de Tolstoi, construida a base de pintorescos cuadros desarrollados en planos secuencia.

Puede ser una manera original, visualmente artística, de comprimir tan monumental tocho en poco más de dos horas pero, a mi humilde entender, supone destrozar una obra que no merece otra cosa que el más puro clasicismo narrativo (medio cinematográfico incluido).

Así que, como resultado, tenemos algo absolutamente frío e impersonal, porque desde el principio se nos dice que los actores están haciendo precisamente eso: actuando y que, por muy bien que lo hagan, no se pueden creer unos personajes que, igual que los decorados, no son más que puro cartón piedra.

Y es que, meterse con Tolstoi supone sentir, más que interpretar entre bambalinas de mentira.

En resumen: de vez en cuando (muy de vez en cuando), salgo enfadado del cine.

Esta es una de ellas.