La película no es un retrato de Walt Street . El protagonista es un outsider que de no haber tenido la suerte de haber perdido su trabajo en el Lunes negro no habría tenido la oportunidad de empezar en los arrabales del circuito financiero. La película tampoco es una denuncia de la corrupción financiera. Está claro que nos encontramos ante un estafador y un delincuente, pero no ante un representante del mundo financiero. Sin embargo, Scorsese se guarda de permitir que el mundo de Walt street salga indemne; durante la entrevista con el agente del FBI en el barco Jordan Belfort se ofrece a dar información sobre los delitos que los auténticos tiburones están cometiendo y el policía le confiesa que de ellos mismos vienen las ordenes para investigarle, por ser una competencia ajena que no están dispuestos a tolerar .

El Lobo de Walt Street es un retrato social y un retrato del hombre. Crudamente queda reflejado el culto al dinero, el lujo y el hedonismo. La película es inclusive un retrato de adolescencia; unos muchachos ambiciosos, sin mucho sentido moral, amantes de las ventas y de la diversión, hacen fortuna sin reparar en las normas ni en las consecuencias. Somos todos nosotros, como adolescentes deslumbrados por el consumo, la sociedad en su conjunto, lo que queda reflejado. El personaje se perfila de un modo no maniqueo, con matices. Jordan Belfort lamenta abandonar a su mujer, no quiere dejar la empresa ni traicionar a sus amigos. Aunque a Jordan se le acaba la fiesta, no llega a alcanzar la madurez ni a plantearse una reflexión sobre la vida. El ritmo de la película es trepidante. A veces el guión apuesta por una vuelta de tuerca rozando la comedia tremendista de la que Scorsese y los actores consiguen salir airosos. Lo que no tiene el film es un momento de pausa, de reflexión, el sello de Scorsese. Después de tres horas de diversión, nos quedamos casi tan vacíos como el protagonista se debe quedar al final de su historia .