Don Paco Martinez Soria fue un actor con un humor muy personal y suyo, precursor del Martinezsorianismo que consiste en fajarte unos pantalones de tergal, una boina oscura, una camisa de dudosa procencia y una cesta bien provista y plantarse en plena avenida madrileña con más voluntad, que refinamiento, a escandalizar a las guiris y a la new vague de burgueses provincianos.
El humor es una cosa que ni se crea ni se destruye, se transforma y Martínez Soria lo sabía, por eso sus películas comienzan mostrando las bondades de la vida en el campo (no las de la naturaleza, como se pudiera pensar) y de la siempre terrible ciudad, en la cual uno debe armarse de dulzura dulcinesca y de confianza quijotesca, aunque realmente el millón de habitantes esté mal repartido y en realidad, pululen Landas y Morales a la vuelta de la esquina, mientras los Alain Delon y Robert Redford y B Bardot nos están dando esquinazo siempre, ¡mecachis!
¿Qué más da? Toda ciudad rebordea hacia un dique y ése suele ser un Paco, un hombre que se encuentra solo entre la multitud y escoge regresar al campo. Otra vez, el campo no es la naturaleza, no, esta película no es “Hechizo en la ruta maya” ni “Pocahontas, ni siquiera “La Selva Esmeralda”.
El campo es ...otra historia.