Quiero empezar diciendo que estuve hace unos 12 años en las cuevas de Zugarramundi. Se encuentran a un paso de la frontera francesa, muy cerca del monte Larrún, el mítico monte de los vascos, al cual se accede en tren desde territorio francés, y en cuya cima, compartida entre Francia y España, hay, en la parte navarra, un bar español en el que refugiarse de los fríos de las alturas.

Las cuevas merecen mucha la pena. Se trata de una gran cueva, donde durante la Edad Media y Moderna se desarrollaron aquelarres que llevaron a macrojuicios de la Inquisición, con resultado de muerte en la hoguera de muchas supuestas brujas. La cueva es de una gran altura y profundidad, e impresiona el mero hecho de estar en ella, conociendo un poco su historia.

Todo esto que acabo de contar, quizás deba un poco olvidarse si se quiere disfrutar de la nueva película de Alex de la Iglesia. Todo requerimiento de verosimilitud o de respeto a la Historia puede perjudicar la valoración de la película. Para disfrutar de la obra del director vasco, hay que pasar por alto el historial delictivo que se van fabricando unos protagonistas acuciados por la crisis, y hay que pasar por alto también la conjura feminista que subyace en el film.

Tan solo se trata, entonces, de pasar un buen rato, riendo quizás menos de lo que al director le gustaría y disfrutar de una visión anticipada de la cueva. Y digo anticipada porque está claro que si no se ha ido hasta allí, ya se está tardando. En definitiva, divertida a ratos película, con atractivos actores, en especial Carolina Bang, y que puede ser un muy buen instrumento de propaganda para una zona que bien merece la pena. Yo creo que con eso ya te han devuelto el precio que has pagado para entrar en la sala; para mí, y solo en este caso, sala burgalesa.