Una serie que avanza lentamente, con calma, presentando a cada uno de sus personajes con cuidado y complejidad, mientras introduce temas sobrenaturales que en el fondo hablan del interior de cada uno.

Mike Flanagan es un autor que lleva años profundizando en el género de terror y ahondando en sus metáforas para mostrar algunos de los miedos más elementales del ser humano, como el miedo a la muerte, el miedo a una vida desperdiciada, el ansía por una segunda oportunidad, los caminos paralelos de destrucción y redención que habitan en cada mente, y poco a poco, desde algunas películas con buenos detalles y planteamientos interesantes, ha llegado a un formato de mini serie que le da un tiempo y una cadencia que le sienta bien a su obra, como ya sucedió con “La maldicion de Hill House”.

En la isla en que nos sitúa, llegamos a conocer y entender bien a todos los personajes, lo que es todo un logro, y el guion y los diálogos procuran ir por un camino más difícil para dejar poso, el de la reflexión, los silencios, las charlas teológicas o filosóficas, y de fondo, la amenaza, el miedo atávico ancestral que solo es un reflejo de todo lo que llevamos dentro, de lo que somos capaces de hacer, de aquello de lo que nos solemos distanciar, pero que siempre sigue estando ahí.

Tanto Hamish Linklater, Zach Gilford, Annabeth Gish, Samantha Sloyan o Kate Siegel tienen planteamientos distintos o opuestos, pero conforman un mural donde se expone un gran abanico de emociones y pensamientos que conectan con cada héroe, villano, o persona simplemente imperfecta que hace lo que puede, y es difícil no conectar con una producción tan cuidada y cocinada a fuego lento.