La pretensión moralizante –¿sabían ustedes que Ki-Duk Kim es en realidad cristiano protestante y no budista?–, el desmesurado regodeo visual, cierta frialdad y la excesiva sencillez –es una película sin guión "improvisada" sobre una sinopsis– hacen que este bello poema visual fascine durante un primer visionado y decepcione en los posteriores.

Lo mejor: las lecciones del principio, la música y la fotografía.
Lo peor: la dilatación de la última parte con los irrelevantes ejercicios matutinos del Kim actor y sus típicas ralladas poéticas, previsibles si estás familiarizado con este cineasta, que nada tienen que ver con las preciosas metáforas de los animales arrastrando piedras, innecesarias, confusas, un garabato sobre la bella firma.

PD: Me uno a la reivindicación de Ozu que hace Torreiro.