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España España · málaga
Voto de nachete:
6
Terror. Drama Un ama de casa se introduce en el mundo de las artes satánicas al apuntarse a una asociación de mujeres del vecindario que se dedica a la magia negra. Tras tener un affaire con el amante de su hija adolescente, una demoníaca criatura comienza a acosarla sexualmente. (FILMAFFINITY)
5 de octubre de 2009
17 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Martin, George A. Romero se aproximaba a una icónica figura del terror (el vampiro) para despojarla de las claves fundamentales que habían cimentado su mitificación. El objetivo era encontrar la raíz de la que surgía el mito para penetrar en la realidad más inquietante del mismo, desvinculado, por fin, del sostén de lo fantástico. Lo que un servidor desconocía es que este incomprendido esfuerzo romeriano tenía un precedente más o menos claro en esta (de nuevo incomprendida) La estación de la bruja, donde el objeto llevado a examen es la bruja del título, mediante una formulación de discurso que casi la convierte en símbolo de sexualidad liberada frente al corsé en que se ahogan -metafóricamente- el resto de mujeres. ¿Quiénes son verdaderamente las brujas?

Así, Romero vuelve a estudiar las fronteras fantásticas de lo real (o vicevesa) para demostrarnos que la carne de la fantasía es la misma que conforma la realidad, o que todos los monstruos están en nuestra cabeza. Es decir, vuelve a confirmar que el verdadero generador de miedos es el propio ser humano, y que estos miedos nacen al amparo de nuestra debildad en tanto que individuos integrantes de una determinada sociedad, con leyes, ritos y convenciones que, en ocasiones, refrenan nuestra parte más íntima y honesta, alienándonos.

La estación de la bruja no es tanto una película de terror como una reflexión sobre la represión sexual de la sociedad burguesa de los primeros setenta, con el rebufo aún en el ambiente de mayo del 68. Generalizando, sobre cualquier tipo de represión inducida por los mecanismos del decoro que promulgan algunos estamentos de la sociedad (clase media-alta, etc.). Su estilo feísta transmite todo esto jugando a ensuciar el fotograma, aportando al filme un tono de ensoñación onírica hiperrealista que incomoda y desconcierta, en la línea de The Crazies.

El resultado queda lejos de la pefección, pero supone un atrevido y raro ejercicio de terror de guerrilla que, subvirtiendo los códigos del género, logra transformarse en crítica social y en parábola fantástica del miedo al deseo, cuya existencia brotará, sin el asomo de la culpa, en el consentido y seguro terreno de la fantasía.

Lo mejor: contemplar el terror psicológico como único terror posible.
Lo peor: su autoconsciente fealdad compositiva echará para atrás a más de uno.
nachete
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