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Voto de benigno:
7
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2.241
Drama
Narra un triángulo amoroso entre tres jóvenes estudiantes de Bellas Artes. María José estudia pintura en la Facultad de Bellas Artes de una gran ciudad. Una mañana, mientras prepara un lienzo para clase, Jaime, uno de sus compañeros, dibuja su retrato sin que ella se dé cuenta. Junto a él, admirando su capacidad para el dibujo, está Marcos, el alumno de más talento de su promoción. María José espera que Jaime le regale el retrato, pero ... [+]
4 de noviembre de 2009
14 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Almudena Grandes es una de las escritoras más adaptadas en el cine español, la mayoría de sus novelas han sido llevadas con más o menos fortuna a la gran pantalla. Desde mi punto de vista, nunca se ha alcanzado la profundidad de los textos de la autora en ninguna de las películas, es cierto que algunas han sido independientemente estimables aunque nunca redondas como (Malena es un nombre de tango o Los aires difíciles) ambas de Gerardo Herrero quien ha sido el mayor interesado en la obra de Grandes indistintamente como director o productor. Salvador García Ruiz siempre ha adaptado novelas para su cine, ha demostrado que sabe traducir con buen gusto las palabras, la narración meticulosa de la literatura al lenguaje cinematográfico en películas como Mensaka, El otro barrio, Las voces de la noche o ésta que nos ocupa. Castillos de cartón es en definitiva una buena adaptación de lo que se ha escogido de la novela homónima.
Ha capturado el espacio de tiempo en el que la juventud adquiere la forma de la madurez temprana, en que los cuerpos sudan por primera vez mientras aman, en que los desengaños duelen de manera exagerada y estrepitosa. Hay también miradas limpias que emborronándose ven de manera distinta su pasión por el arte (la pintura) o su futuro. El conflicto de ambiciones y amoroso de este triángulo que además es un trío y que no es más que una manifestación del amor, nos intenta convencer de que el tres es un número par para hacernos ver que el tres jamás será un número capaz de empatar emociones ni de equilibrar egos. Salvador García Ruiz ha sabido trasladar a imágenes el carácter primitivo del amor, que se complica más allá de los cuerpos pero que se origina en la atracción física o intelectual en el sentido más palpable de la palabra, casi de forma plástica. Los protagonistas se deshacen sin tapujos en su apetito sexual, en la propensión al placer carnal. Más allá del juego que se inicia en la película, la protagonista vive su sexualidad sin complejos y se entorpece cuando se mezclan los sentimientos más profundos que se sumergen tras la apariencia perfecta, casi intocable de la magia del vínculo a tres que han creado de manera espontánea. El viaje hacia el éxito es el mayor de los fracasos para esta relación imposible a la que se tiende una mano, una solución y que resulta casi tentadora de aceptar. Enrique Urbizu, responsable del guión ha prescindido de gran parte del libro para darnos un final abierto pero sin esperanza. Nunca se destruye el triángulo pero nos subraya que es insostenible
sigo en el spoiler sin desvelar nada de la trama
Ha capturado el espacio de tiempo en el que la juventud adquiere la forma de la madurez temprana, en que los cuerpos sudan por primera vez mientras aman, en que los desengaños duelen de manera exagerada y estrepitosa. Hay también miradas limpias que emborronándose ven de manera distinta su pasión por el arte (la pintura) o su futuro. El conflicto de ambiciones y amoroso de este triángulo que además es un trío y que no es más que una manifestación del amor, nos intenta convencer de que el tres es un número par para hacernos ver que el tres jamás será un número capaz de empatar emociones ni de equilibrar egos. Salvador García Ruiz ha sabido trasladar a imágenes el carácter primitivo del amor, que se complica más allá de los cuerpos pero que se origina en la atracción física o intelectual en el sentido más palpable de la palabra, casi de forma plástica. Los protagonistas se deshacen sin tapujos en su apetito sexual, en la propensión al placer carnal. Más allá del juego que se inicia en la película, la protagonista vive su sexualidad sin complejos y se entorpece cuando se mezclan los sentimientos más profundos que se sumergen tras la apariencia perfecta, casi intocable de la magia del vínculo a tres que han creado de manera espontánea. El viaje hacia el éxito es el mayor de los fracasos para esta relación imposible a la que se tiende una mano, una solución y que resulta casi tentadora de aceptar. Enrique Urbizu, responsable del guión ha prescindido de gran parte del libro para darnos un final abierto pero sin esperanza. Nunca se destruye el triángulo pero nos subraya que es insostenible
sigo en el spoiler sin desvelar nada de la trama
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El problema para zanjar la propuesta es una característica que provoca confusión y que hace que la película se resienta. Hay al menos, dos grandes momentos de una belleza enorme en la película que justifican de alguna manera sus defectos: la secuencia en que Jose está envuelta en el estupor de su inocencia, sorprendida de si misma y subyugada bajo el sonido del televisor llora silenciosamente mientras en su imaginación sus dos amantes le dan un beso a cada lado dulcemente. La otra es la confesión de Marcos, conmovedora y sencilla que es una muestra de cómo la película consigue la esencia de la novela de forma precisa y certera.
Los tres personajes protagonistas están interpretados por unos convincentes Adriana Ugarte, Biel Durán y Nilo Mur, se nota una solemne dirección de actores y un trabajo esforzado en el que cada uno está en su lugar (Ugarte con el magnetismo a flor de piel se despliega en todo su esplendor como una actriz versátil y natural con un carisma fuera de dudas; Durán con la socarronería necesaria para su Jaime construye un personaje al que se da en cuerpo y alma y al que dota de autenticidad y Mur correcto durante todo el metraje como el ángel desarmado inevitable cumple convincentemente sus escenas más importantes). En el aspecto técnico, la película es funcional y elegante (atención a los títulos de crédito iniciales). La fotografía de Teo Delgado sabe impregnarse de unos ochenta nada mitificados a la historia y la sencillez es el estilo que denomina la función. La música de Pascal Gaigne es orgánica y minimalista (como la gran mayoría de composiciones del músico francés adoptado por nuestra cinematografía) a excepción de sus trabajos para “Silencio roto” de Armendáriz, “El sol del membrillo” de Erice o para “Las voces de la noche” del propio Salvador García Ruiz, el músico habitual de este director repite la fórmula y su estilo se ha vuelto algo repetitivo, sigue funcionando aunque da la sensación de que por poco tiempo más.
La libertad nunca fue buena amiga de la estabilidad, ese es el parámetro por el que se mueve la desazón que produce “Castillos de cartón” pero la vitalidad que proyecta cada uno de sus fotogramas merecen lo suficientemente la pena para arriesgarse incluso a sufrir a posteriori. Todo ello podría ser una perfecta metáfora de las disyuntivas emocionales.
Los tres personajes protagonistas están interpretados por unos convincentes Adriana Ugarte, Biel Durán y Nilo Mur, se nota una solemne dirección de actores y un trabajo esforzado en el que cada uno está en su lugar (Ugarte con el magnetismo a flor de piel se despliega en todo su esplendor como una actriz versátil y natural con un carisma fuera de dudas; Durán con la socarronería necesaria para su Jaime construye un personaje al que se da en cuerpo y alma y al que dota de autenticidad y Mur correcto durante todo el metraje como el ángel desarmado inevitable cumple convincentemente sus escenas más importantes). En el aspecto técnico, la película es funcional y elegante (atención a los títulos de crédito iniciales). La fotografía de Teo Delgado sabe impregnarse de unos ochenta nada mitificados a la historia y la sencillez es el estilo que denomina la función. La música de Pascal Gaigne es orgánica y minimalista (como la gran mayoría de composiciones del músico francés adoptado por nuestra cinematografía) a excepción de sus trabajos para “Silencio roto” de Armendáriz, “El sol del membrillo” de Erice o para “Las voces de la noche” del propio Salvador García Ruiz, el músico habitual de este director repite la fórmula y su estilo se ha vuelto algo repetitivo, sigue funcionando aunque da la sensación de que por poco tiempo más.
La libertad nunca fue buena amiga de la estabilidad, ese es el parámetro por el que se mueve la desazón que produce “Castillos de cartón” pero la vitalidad que proyecta cada uno de sus fotogramas merecen lo suficientemente la pena para arriesgarse incluso a sufrir a posteriori. Todo ello podría ser una perfecta metáfora de las disyuntivas emocionales.