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España España · Madrid
Voto de jokinr:
2
Aventuras. Comedia Toby, un director de cine muy cínico, se ve envuelto en los estrafalarios delirios de un viejo zapatero español que se cree el mismo Don Quijote. A lo largo de sus aventuras cómicas, y cada vez más surrealistas, Toby se ve abocado a enfrentarse con las trágicas repercusiones de la película que rodó cuando era un joven idealista, una película que cambió los sueños y esperanzas de un pequeño pueblo español para siempre. ¿Podrá Toby ... [+]
11 de junio de 2018
11 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sobre la imagen que se tiene de España en el exterior se habla mucho desde hace mucho tiempo en nuestro país, no tanto fuera de él. Y la imagen que se tiene de ella, por lo que hemos podido comprobar durante el último año, es en general no muy buena. Algunos españoles piensan que la responsabilidad de ello la tienen los propios habitantes de este castigado solar ibérico. Y puede que efectivamente ahí resida una de sus causas. Pero tras ver la película de Gilliam podemos establecer que una parte de los foráneos también son fuente de dicho problema. Terry Gilliam es un ejemplo. De hecho al afamado director britano-estadounidense no le interesa España, sino la imagen de una España tópica y típica que sólo existe en su mente y en la de aquellos que van buscándola y que durante siglos han ido forjando sin apenas colaboración del paisanaje hispano. Y si no la encuentran (y no la van a encontrar) la recrean, como ha hecho el señor Gilliam. Pues dejando aparte las pocas virtudes cinematográficas que podamos hallar en “El hombre que mató a don Quijote”, que no se residencian más allá de una estupenda interpretación de Johathan Pryce y de algunas audacias puramente plásticas, prepárese el espectador para contabilizar una no modesta colección de estúpidos tópicos sobre la esencialidad española: gitanos malencarados, pueblos anclados en un pasado remoto, ausencia casi absoluta de cualquier atisbo de modernidad, incompetencia profesional, flamenco aturistado, paisajes desolados, caminos polvorientos, pintorescos artesanos, procesiones (al estilo italo-hollywoodiense), guardias civiles medio bobos, paisanaje semiembrutecido, ancianas desdentadas y avarientas, basura y moscas. Sólo falta el torero valiente y achulescado. Pero Gillian ha sido generoso y no se ha limitado en su esmerada recolección de lugares comunes a los compatriotas de Cervantes, también reserva una buena colección de tópicos, es decir de tergiversaciones, para la Rusia contemporánea, encarnada en un acaudalado fantoche, imán de todos los vicios e iniquidades, recreado a imagen y semejanza del “oligarca” que han construido los medios de control social atlantistas, y ataviado además (lo cual tiene su gracia) con una túnica que provocaría la envidia de Iván el Terrible. Mayor colección de estupideces no se puede pedir y eso que a Gilliam le sobra talento (¿o le sobraba, porque dónde está el Gilliam de “Brasil”, “Doce monos” o “El rey pescador”?) para llevar a cabo una estimable película con los puntos de partida de la historia de este “Hombre que mató a Don Quijote”. Una pena, porque veinticinco años de esfuerzos se han quedado en nada, o en casi nada.
Y eso por no mencionar, y vamos ahora a la música, los puros plagios de Shostakovich o Bacarisse. Podrían haberse ahorrado los emolumentos destinados a Roque Baños y utilizar directamente la “Romanza del concertino” del segundo y el “Vals para una orquesta de variedades” del primero; habrían quedado mucho mejor, y por lo menos habríamos disfrutado de la belleza de los originales y no de la pálida sombra del sucedáneo.
Quedémonos pues con la interpretación de Johathan Pryce, que no suele fallar nunca, y que aquí tampoco decepciona; y también con la de Jordi Mollá que hace lo que puede, y no es poco, para levantar el personaje del malvado midas postsoviético.
jokinr
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